Diciembre 14, 2015
El resultado electoral del 6 de diciembre en
Venezuela, a todas luces desfavorable al PSUV y a la revolución bolivariana, ha
dado para que todo el mundo opine acerca de la situación que se presenta en el
país hermano.
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Lo primero que cabría señalar es que a la par del
triunfo de la coalición temporal de la derecha, apoyada con todo furor desde
Washington, Londres y Madrid, y de manera un tanto disimulada desde Colombia y
los países latinoamericanos en que gobierna la reacción continental, también
parece haberse producido un triunfo de la ideología neoliberal transnacional.
De repente se ha puesto de moda irse lanza en ristre contra la obra de Hugo
Chávez Frías, achacar la derrota a los fracasos económicos, sociales y
políticos de la revolución, considerar como incapaces, ineptos y corruptos a
los dirigentes del proceso renovador venezolano, además de pontificar con
suficiencia acerca de la tímida posición adoptada contra el capital por el
modelo socialista del país vecino.
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Es como si de un momento a otro el capitalismo, su
voracidad depredadora, el imperialismo y su histórica posición antidemocrática
y desestabilizadora se hubieran esfumado del panorama mundial y de la vida de
los pueblos de América Latina y el Caribe. Es como si en los últimos diecisiete
años y en la hora presente la acción revolucionaria, sus avances y desarrollos
no hubiesen encontrado más obstáculos que la negligencia y la descomposición de
las vanguardias democráticas. Es como si de un momento a otro se comprendiera
que se está cerrando el ciclo durante el cual los revolucionarios lo tuvieron
todo fácil sin haberlo aprovechado, y por tanto no cabe más sino reprocharles
su incapacidad e incompetencia.
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Hay que advertirlo a tiempo e imprimir una
rectificación clasista al pensamiento. Lo que se está haciendo y diciendo
contra la revolución bolivariana desde variados matices de la izquierda,
confundidos o enajenados repentinamente por la avalancha propagandista,
mediática e ideológica del gran capital transnacional, constituye ni más ni
menos que el más irresponsable acto de canibalismo político. Ni este ni ningún
otro es momento para emprender en gavilla un ataque demoledor contra la
revolución, amenazada ya seriamente por el imperialismo y la oligarquía
venezolana. Eso de caerle al caído para acabar de despedazarlo no tiene nada de
revolucionario y por el contrario sirve a los intereses de la derecha
internacional.
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Que los voceros del orden capitalista mundial estén
de fiesta y preparando desde ya su embestida final es comprensible. Se trata de
la misma clase que no tuvo piedad con los comuneros de París en 1871, ni contra
ninguno de los movimientos democráticos y de avanzada organizados por los
trabajadores desde entonces en los más diversos países. Pero que los voceros
del movimiento democrático y popular, revolucionario, progresista o de avanzada
estén dando la espalda al pueblo de Venezuela, alegando los mismos contenidos
de la propaganda imperialista, eso sí que resulta equivocado, incomprensible y
vergonzoso.
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Los hijos de Simón Bolívar, los hijos de Chávez, el
pueblo que a pie llevó libertad a gran parte de la América del Sur, requiere
del apoyo cerrado de todos sus hermanos latinoamericanos y caribeños. No fue
sino que Chávez ganara las elecciones en 1998 para que de inmediato se pusiera
en movimiento el engranaje para impedirle gobernar, para evitar a toda costa la
implementación de las transformaciones que anunciaba. Y son casi dos décadas
continuas de sabotaje en todas las formas. Corrupción, cooptación, traición,
golpe de Estado, golpe petrolero, ataques a la infraestructura, protestas
internas financiadas desde fuera, acciones desestabilizadoras, guerra
económica, guerra mediática, guerra ideológica, maniobras electorales. Negar la
realidad de esos ataques o desconocer sus efectos corrosivos constituye un acto
de imperdonable ceguera.
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Y lo que es peor, borrar de un plumazo la obra
liberadora, las conquistas democráticas alcanzadas, las igualdades étnicas y de
género, las innumerables conquistas sociales, la elevación general del nivel de
vida de la población más necesitada, el millón de viviendas construidas y entregadas,
los visibles desarrollos en salud y educación, la invalorable labor cultural,
ideológica y política, la soberanía alcanzada, la integración continental, la
solidaridad y el respeto internacional obtenidos por todos nuestros pueblos,
entre otras tantas acciones reales de la revolución bolivariana, para
reemplazarlas por palabras fáciles como ineficiencia, corrupción y caos,
echadas a rodar de manera masiva por las cadenas y redes internacionales al
servicio de la explotación y opresión mundial, constituye la demostración más
palpable de cuánto terreno se ha perdido en el campo de la batalla ideológica
contra el capital y sus políticas totalitarias.
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Ninguna obra humana es perfecta ni está
completamente terminada. La revolución también es un proceso en construcción,
en el que se cometen errores, se producen desviaciones y fallan en consecuencia
los resultados esperados. Cuando la intención de la crítica es sana y
constructiva, cuando el interés es el de perfeccionar y no destruir, con
seguridad que pueden corregirse a tiempo y de manera positiva las deficiencias.
Pero otra cosa muy distinta ocurre cuando deliberada o neciamente se
engrandecen estas últimas, cuando se las convierte en el todo, cuando se sacan
a relucir en los peores momentos sólo para debilitar y echar abajo el sueño de
un pueblo. Esta última actitud merece la más abierta condena. Y debe
rectificarse con urgencia.
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Lo que resulta verdaderamente innegable es que hay
en curso una arremetida brutal del imperialismo depredador en todo el planeta,
acompañada de una campaña de dominación ideológica sin antecedentes, y del más
espantoso despliegue militar y terrorista. Es esa avalancha que amenaza la
humanidad entera y que asesina y somete pueblos inermes del modo más salvaje,
la que debe ser blanco de todos los ataques, críticas y denuncias permanentes
por parte de los movimientos políticos y sociales de avanzada. Es contra ella
que deben movilizarse los pueblos, como lo han hecho valiente y heroicamente
los revolucionarios venezolanos durante las dos últimas décadas. Ellos, en su
sabiduría democrática, encontrarán el modo de superar sus dificultades
actuales, para lo cual requieren de nuestra solidaridad y comprensión. Estamos
acompañándolos, hasta la victoria final.
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La Habana, 13 de diciembre de 2015.
Por el Secretariado Nacional de Las FARC-EP
Timoleón Jiménez
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