ALAI AMLATINA, 07/12/2015.- Las
elecciones parlamentarias en Venezuela arrojan varias enseñanzas que creo
necesario subrayar. En primer lugar que, contrariamente a todas las
predicciones de los lenguaraces de la derecha, el comicio se realizó, al igual
que todos los anteriores, de una manera impecable.
No hubo denuncias de ningún tipo, salvo
el exabrupto de tres ex presidentes latinoamericanos, que a las cuatro de la
tarde (dos horas antes de la conclusión del acto electoral) ya anunciaban al
ganador de la contienda. Fuera de esto, la “dictadura chavista” volvió a
demostrar una transparencia y honestidad del acto electoral que más quisieran
tener muchos países dentro y fuera de América Latina, comenzando por Estados
Unidos.
El reconocimiento hecho por el
presidente Nicolás Maduro ni bien se dieron a conocer los resultados oficiales
contrasta favorablemente con la actitud de la oposición, que en el pasado se
empecinó en desconocer el veredicto de las urnas. Lo mismo cabe decir de
Washington, que al día de hoy no reconoce el triunfo de Maduro en las
presidenciales del 2013. Unos son demócratas de verdad, los otros grandes
simuladores.
Segundo, resaltar lo importante de que
luego de casi 17 años de gobiernos chavistas y en medio de las durísimas
condiciones prevalecientes en Venezuela, el oficialismo siga contando con la
adhesión del cuarenta por ciento del electorado en una elección parlamentaria.
Tercero, el resultado desplaza a la
oposición de su postura facilista y de su frenético denuncialismo porque ahora,
al contar con una holgada mayoría parlamentaria, tendrá corresponsabilidades en
la gestión de la cosa pública. Ya no será sólo el gobierno el responsable de las
dificultades que agobian a la ciudadanía. Esa responsabilidad será de ahora en
más compartida.
Cuarto y último, una reflexión más de
fondo. ¿Hasta qué punto se pueden organizar “elecciones libres” en las
condiciones existentes en Venezuela? En el Reino Unido debían celebrarse
elecciones generales en 1940. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial
obligó a postergarlas hasta 1945. El argumento utilizado fue que el desquicio
ocasionado por la guerra impedía que el electorado pudiera ejercer su libertad
de manera consciente y responsable. Los continuos ataques de los alemanes
y las enormes dificultades de la vida cotidiana, entre ellos el de la obtención
de los elementos indispensables para la misma, afectaban de tal manera a la
ciudadanía que impedían que esta ejerciera sus derechos en pleno goce de la
libertad.
¿Fueron muy distintas las
condiciones bajo las cuales se llevaron a cabo las elecciones en Venezuela? No
del todo. Hubo importantes similitudes. La Casa Blanca había declarado en Marzo
que Venezuela era “una inusual y extraordinaria amenaza a la seguridad nacional
y a la política exterior de Estados Unidos”, lo que equivalía a una declaración
de guerra contra esa nación sudamericana.
Por otra parte, desde hacía muchos años
Washington había destinado ingentes recursos financieros para “empoderar la
sociedad civil” en Venezuela y ayudar a la formación de nuevos liderazgos
políticos, eufemismos que pretendían ocultar los planes injerencistas de la
potencia hegemónica y sus afanes por derrocar al gobierno del presidente
Maduro.
La pertinaz guerra económica lanzada por
el imperio así como su incesante campaña diplomática y mediática acabaron por
erosionar la lealtad de las bases sociales del chavismo, agotada y también
enfurecida por años de desabastecimiento planificado, alza incontenible de los
precios y auge de la inseguridad ciudadana.
Bajo estas condiciones, a las cuales sin
duda hay que agregar los gruesos errores en la gestión macroeconómica del
oficialismo y los estragos producidos por la corrupción, nunca combatida
seriamente por el gobierno, era obvio que la elección del domingo pasado tenía
que terminar como terminó.
Desgraciadamente, el “orden mundial”
heredado de la Segunda Guerra Mundial, que un documento reciente de Washington
reconoce que “ha servido muy bien” a los intereses de Estados Unidos, no ha
sido igualmente útil para proteger a los países de la periferia de la
prepotencia imperial, de su descarado intervencionismo y de sus siniestros
proyectos autoritarios.
Venezuela ha sido la última víctima de
esa escandalosa inmoralidad del “orden mundial” actual que asiste impertérrito
a una agresión no convencional sobre un tercer país con el propósito de
derrocar a un gobierno satanizado como enemigo.
Si esto sigue siendo aceptado por la
comunidad internacional y sus órganos de gobernanza global, ¿qué país podrá
garantizar para sus ciudadanos “elecciones libres”? Por algo en los años
setenta del siglo pasado los países del capitalismo avanzado bloquearon una
iniciativa planteada en el seno de la ONU que pretendía definir la “agresión
internacional” como algo que fuese más allá de la intervención armada.
Leyendo la reciente experiencia del
Chile de Allende algunos países intentaron promover una definición que
incluyese también la guerra económica y mediática como la que se descargó sobre
la Venezuela bolivariana, y fueron derrotados.
Es hora de revisar ese asunto, si
queremos que la maltrecha democracia, arrasada hace unas semanas en Grecia y
este domingo pasado en Venezuela, sobreviva a la contraofensiva del imperio. Si
esa práctica no puede ser removida del sistema internacional, si se sigue
consintiendo que un país poderoso intervenga desvergonzada e impunemente sobre
otro, las elecciones serán una trampa que sólo servirán para legitimar los
proyectos reaccionarios de Estados Unidos y sus lugartenientes regionales. Y
pudiera ocurrir que mucha gente comience a pensar que tal vez otras vías de
acceso al -y mantenimiento del- poder puedan ser más efectivas y confiables que
las elecciones.
- Dr. Atilio A. Boron es Investigador
Superior del Conicet, investigador del IEALC, Instituto de Estudios de América
Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Buenos Aires. Director del PLED, Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la
Cooperación "Floreal Gorini"
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