Para principios de 2011, en toda África, solo un país
ostentaba un nivel de vida más alto que el de muchas naciones europeas. Se dice
que entre sus logros más consolidados, servicios de "primera
necesidad" como salud, electricidad, educación y vivienda no tenían costo
alguno, todo gratis. Los créditos entregados a la población de cualquier clase
gozaban de 0% de interés por ley. La vivienda era considerada un derecho humano
inalterable. La población vivía con sólidos niveles de comodidad y bajo un
estado de bienestar garantizado. Cero problemas mayores en términos económicos
o de gestión. Los planes de justicia social e igualdad prometidos por su líder
se venían cumpliendo.
El 19 de marzo de ese mismo año 2011, aviones cazas de
la fuerza aérea de la OTAN iniciaban un bombardeo sobre Bengasi, y horas más
tarde 110 misiles crucero Tomahawk eran descargados, con toda la saña, sobre
otras ciudades importantes de Libia, ese país con "índices de
desarrollo" impensables en otras naciones del continente africano. Ocho
meses después de ese primer bombardeo, se proyectaba al mundo en directo una
secuencia de las imágenes más nefastas de los últimos tiempos: momentos antes
de ser asesinado de un disparo en la cabeza, Muammar el Gadhafi, líder por más
de 40 años de ese país y político de alta influencia en el mundo, era
sodomizado por sus captores, combatientes del grupo terrorista Al-Qaeda y demás
soldados de organizaciones multinacionales. Mercenarios teledirigidos desde
sectores del Estado profundo gringo y sus corporaciones, más su colonia la
Unión Europea haciendo la mayor parte del trabajo sucio.
Días antes de ser capturado, Gadhafi, ya consciente de
su destino, escribió un documento con reflexiones claves para el posterior
estudio, no de esta guerra cantada años atrás por los poderes corporativos y
militares occidentales, sino de los motivos profundos que la hicieron posible
desde adentro.
Decía Gadhafi: "Durante 40 años, o aún más, hice
todo lo que pude para darle al pueblo casas, hospitales, escuelas, y cuando
tenían hambre, alimentos. Incluso en Bengasi convertí el desierto en tierras de
cultivo (…) hice todo lo que pude para ayudar a la gente a entender el concepto
de democracia real, donde comités populares dirigen nuestro país. Pero eso no
alcanzó, incluso las personas que tenían casas de 10 habitaciones, nuevos
trajes y muebles, me dijeron, nunca estuvieron satisfechos y tan egoístas eran
que aún querían más. Fueron ellos quienes dijeron a los estadounidenses y otros
extranjeros, que necesitaban ‘democracia’ y ‘libertad’ sin reconocer que es un
sistema salvaje, donde el pez grande se come al chico, pero estaban encantados
con esas palabras".
Dos años antes de la invasión, en 2009, Gadhafi
sostenía una propuesta para la integración económica y política del norte de
África. Con el respaldo de 140 toneladas de oro y más de 170 mil millones de
dólares en reservas, proponía una nueva moneda africana que provocaría un alto
grado de independencia económica de la región, tal como lo indican cables
desclasificados por el Departamento de Estado cinco años después.
Libia ostentaba una economía sólida, abundante en
recursos líquidos en bancos internacionales y reservas naturales bastante
considerables, su población, como se señala arriba, gozaba de un estado de
bienestar pleno. ¿Impidió esto la criminal invasión de 2011? No. Las razones
fundamentales de su fracaso no fueron económicas. Fueron políticas. En los
últimos años Gadhafi (influenciado por políticos locales al servicio de Europa
y Estados Unidos) había decidido acercarse a las potencias financieras y
corporativas de Occidente.
¿Puede un país fundar una sociedad nueva satisfaciendo
las necesidades infinitas de la vieja?
Hoy Libia no existe como Estado-nación. Gran cantidad
de sus habitantes están muriendo en el Mar Mediterráneo huyendo de la matanza
que aún hoy realizan múltiples grupos mercenarios. Sus reservas petroleras
están siendo saqueadas y vendidas en el mercado sin ningún tipo de regulación
internacional y sus reservas de casi 200 mil millones de dólares desaparecieron
misteriosamente de las bovedas de los bancos europeos. El oro con el que
proponían golpear el sistema financiero artificial, soportado en el dólar,
también fue saqueado. No existe nada que se parezca a la era Gadhafi. La clase
media que en 2011 pedía democracia y libertad hoy no existe, muchos son
cadáveres producto del daño colateral de los bombardeos. Otros probablemente
estén trabajando en Alemania o Francia, esclavo o empresario, según la clase y
su destino.
Términos y conceptos tan enunciados a lo largo de la
historia como estado de bienestar, justicia social, estado de derecho,
democracia directa, buena gestión, eficiencia, gobernanza, estabilidad,
confort, felicidad social, gestión social, atención integral, derechos humanos
y otros tantos, en el caso de Libia, por mencionar sólo ese ejemplo, no
impidieron el desmantelamiento de su aparato de gobierno a la fuerza por dos
cuestiones fundamentales: 1) Una parte de la población libia acompañó las
condiciones para su invasión; 2) La comunidad internacional tiene total
libertad (y recursos militares y financieros) para pasarse por el forro todos y
cada uno de estos "logros" e imponer sus planes, sean cuales sean,
por los métodos que sean, en el país que sea.
A la razón corporativa y financiera mundial la
acompaña el obligatorio ejercicio de la fuerza. El aparato militar además de
abrazar al poder político funciona como bomba de oxígeno a la debilitada
dinámica capitalista. Afganistán, Irak, Libia, Siria y siglos de historia lo
demuestran. La brutalidad de las circunstancias en las que cada una de estas
operaciones y sus contextos particulares se desarrollaron dejan abiertas
muchísimas preguntas en el marco de nuestra realidad propia.
¿Es cierto que saldar eso que llaman "deuda
social" garantiza la sustitución de la lógica cultural que sostiene al
capitalismo y sus aparatos de dominación? ¿Debemos dedicar por completo grandes
recursos, esfuerzos y planes de todo un país a esa categoría abstracta del
"bienestar social"? ¿Tomamos el poder para administrar las
estructuras fundacionales del sistema capitalista? ¿Es la redistribución de la
riqueza el fin último de una sociedad que se plantea cambiar? ¿Después de haber
redistribuido las riquezas, qué pasa con las nuevas ambiciones? ¿Puede un país
fundar una sociedad nueva satisfaciendo las necesidades infinitas de la vieja?
De 1999 a 2016 la Revolución Bolivariana ha sido el
único proyecto político que ha alcanzado, por la solidez de su esfuerzo,
superar las condiciones de pobreza heredadas de un siglo entero de saqueo. Los
datos estadísticos son, de hecho, públicos. Ningún país del planeta, por
ejemplo, puede darse el lujo de ostentar una cifra como la nuestra en el sector
vivienda: 1 millón de casas entregadas a la población más necesitada. Lo mismo
pudiéramos decir de los planes educativos, de salud, de alimentación, etc. En
la lógica del pensamiento tradicional resulta incomprensible una crisis como la
actual.
Parece necesario entonces volver a las preguntas de
arriba. Han logrado instalar en gran parte de nosotros la teoría que indica que
la guerra es sólo un ejército contra otro, bombas contra bombas y aviones
silbando en el aire. La abstracción argumental de la guerra económica es una
realidad. Es de hecho un error agregarle la extensión "económica". La
guerra es la guerra y se aplica en toda su ley. Como apunta El Cayapo, toda
guerra es nueva en el marco del capitalismo. Perceptual, híbrida, líquida,
comunicacional, mediática, militar, de cuarta generación, financiera; es la
guerra lo que sucede no sólo de este lado del planeta.
Podríamos estar dando vueltas alrededor de la soga que
tarde o temprano irá al cuello colectivo
La historia lo indica, viejos y nuevos ejemplos
sobran. La palabra sabia intenta decirnos que no debemos cuestionarla,
repetirla una y otra vez no importa los resultados. Pero, ¿de verdad debemos
condenar al chavismo a repetir la historia de cientos de miles de pueblos que
intentaron superar el sistema capitalista en su exacta lógica cultural, social
y política? ¿Por qué no nos damos el chance de cuestionar sus columnas
vertebrales, sus bases fundacionales? ¿Superaremos el desastre capitalista
reproduciendo con mayor esfuerzo sus símbolos resumidos en la
"necesidad"?
¿Construiremos otra sociedad sin tocar el aparato y la
lógica de producción del capitalismo y sus modos de producir? Si el aparato de
producción de un sistema es el que determina las relaciones sociales y por lo
tanto las raíces de su cultura, entonces ¿por qué no hacer un esfuerzo y
pensar, diseñar, experimentar otro modo de producir, otro diseño del trabajo y
por lo tanto de las necesidades?
Podríamos estar dando vueltas alrededor de la soga que
tarde o temprano irá al cuello colectivo. No se puede agarrar mal esta curva
cerrada del momento y no proponernos discusiones responsables e históricas. Los
resultados de la palabra al aire en la lucha por la mejor consigna estéril
están a la vista. No suma, no resuelve, no da resultados, no moviliza. El
chavismo ha demostrado, aún en la crisis existencial más grande de los últimos
100 años, tener un ejército de más de 5 millones de personas dispuestas a
cambiar, a discutir, a pensar, a activar. Pero no es lo mismo proponerse
discutir sobre el reloj de un ministro cualquiera, a proponerse discutir cómo
abandonar el aparato de producción capitalista y todo su sistema cultural.
Si el chavismo es una fuerza histórica, debe
proponerse discusiones y planes históricos, conformarse en la crónica
enfermedad del presente es por lo menos irresponsable. La crisis del planeta
entero no es responsabilidad nuestra. El desastre mundial corresponde a sus
creadores y a su sistema en metástasis.
Esta no es una discusión para apurados; con o sin
gobierno, con o sin poder, con o sin apoyo internacional, la Revolución
seguirá. Queda de nosotros decidir dónde invertir la energía vital, los años,
el esfuerzo. Seguimos regalando tiempo y oxígeno al sistema capitalista y sus
corporaciones transnacionales, o nos proponemos saltar al vacío de la otra
discusión, la que ahora mismo no existe producto de la neurosis económica y del
chantaje irresponsable de los dogmáticos.
Enormes batallas se vienen, no tengamos duda. Pero
hagamos el esfuerzo, ocupemos el cerebro para las grandes tareas; las pequeñas,
dejémosla para seres rendidos en las quejas.
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