Acabo de leer y retuitear la reflexión pública que
hace nuestro camarada Fernando Buen Abad Domínguez (@fbuenabad) y que tituló
“México: ¿Estado fallido?”. El filósofo mexicano y comunicólogo se ha detenido
varias veces en algunos de los asuntos que derivan del monstruoso asesinato de
43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa,
en el estado de Guerrero (México), por lo que la recomendación de sus lecturas
es una forma militante de hacernos solidarios con familiares y condiscípulos de
los estudiantes defenestrados por el Estado burgués mexicano y su alianza con
las transnacionales del narcotráfico y del sicariato.
Sin dejar ni un solo instante de lado el tema central
que ocupa a los pueblos del mundo, la masacre más impactante en México, después
de la de Tlatelolco en 1968, nos proponemos abordar en esta nota de opinión el
asunto del Estado y la Comuna.
Al desglosar el tema del Estado fallido, el camarada
Buen Abad señala que “el Estado burgués debe ser tomado por los trabajadores
para ser transformado íntegramente y sin demoras”. Es aquí donde nos queremos
detener hoy, porque cuando el proletariado toma al Estado burgués ocurre lo que
en la Comuna de París, el año 1871. Es decir, desaparece el Estado y nace la
Comuna.
La Comuna, en el sentido de los hechos y de las
reflexiones y estudios de Carlos Marx, es un no-Estado. La sociedad posterior a
la dividida en clases entre explotados y explotadores, entre proletarios y
burgueses, la sociedad postcapitalista debe ser una sociedad sin Estado.
La razón es muy sencilla. El Estado es la
justificación política del dominio y de los dominadores, mediante la represión
y el consenso. No puede el socialismo, como sociedad de las y los iguales,
perpetuar la represión como instrumento de contención de todos los riesgos que
representa la clase de los proletarios para el dominio de clase burgués. Pero,
además, tampoco puede perpetuar el consenso, porque éste no es otra cosa sino
la vía hegemónica de “convencimiento” para que el explotado se sienta
“conforme” con su estatus de tal.
Las transformaciones, por muy profundas que sean,
corren el riesgo de quedarse detenidas en la escala de las reformas y no
alcanzar jamás la radicalidad de una revolución como la socialista. Reformas
del Estado se han planteado a todo lo largo de su existencia dentro del
capitalismo. Pero no solo se han planteado, sino que se han aplicado y
desarrollado con “éxitos temporales” en aquello de cambiar para que nada
cambie. Frente al Estado, a todo Estado, no hay más que dos opciones: la de
perpetuarlo, utilizando diversos subterfugios a los que se han prestado
confundidos izquierdistas o “socialistas” en muchas formaciones sociales, o la
opción de destruirlo, la cual es la proletaria.
Tratando de apretar un poco la reflexión y apurar una
síntesis, diremos que ni el Estado ni la Comuna surgen por decretos sino por
necesidades de clase en el desarrollo de determinados procesos. El Estado nace
y se justifica en las sociedades divididas en clases. La Comuna nace cuando el
proletariado se hace poder y establece su propio gobierno, como consecuencia de
una nueva manera de producir los bienes materiales.
Mirando de nuevo las razones que motivan este artículo
de hoy, observemos cómo Ayotzinapa, el lugar donde se creó una Escuela Normal
Rural “Raúl Isidro Burgos”(hay otras 18 en todo México), para la formación de
maestras y maestros, crea una contradicción en el propio seno donde nace y
empieza a plantearse una relación nueva y diferente a la que se les había
impuesto hasta entonces. Ayotzinapa, sus estudiantes y ese pueblo se hacen
incómodos para los poderes establecidos (que son los del capitalismo), por lo
que estos harán todo cuanto esté a su alcance para no permitirles avanzar. Lo
intentan por la ideologización escolar, pero cuando no lo consiguen, recurren a
métodos más expeditos, como el del las balas, el exterminio, las masacres, como
esta que se acaba de ejecutar en la ciudad de Iguala, contra 43 estudiantes
(emblemas de Revolución y de Comunas) que fueron amedrentados a tiros de
fusiles del ejército, capturados, torturados y quemados vivos por prácticas muy
características de los grupos paramilitares vinculados con el narcotráfico
mundial.
En fin, los hechos planteados sirven para confirmar
que la lucha es de clases. Que el Estado administra la división entre las
mismas a favor de las clases dominantes, mientras que la Comuna administra la
victoria del proletariado hacia la organización de la sociedad de las y los
iguales.
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