Mantenerse firme en una actitud, en una
búsqueda, en la consecución de los más altos ideales soñados por nosotros, en
consolidar posiciones ante los nuevos retos que se nos presentan en la vida; en fin, conservar la lucha de lo posible y hasta de lo imposible es lo que vamos a entender como perseverancia.
La perseverancia representa la fuerza
de voluntad y la energía que disponemos para marcar conductas y alcanzar metas
viables y factibles. Recalco lo de la viabilidad ya que no todo, a pesar de ser
perseverante, puede obtenerse en la concreción de los fines esperados. Por eso
la racionalidad, como expresión de la inteligencia humana, marcará las pautas
que permitan definir aquellos asuntos de la realidad objetiva que exhortan el
esfuerzo de la perseverancia. Pensar, por ejemplo, que podemos caminar sin
mover las piernas aunque lo deseemos con toda nuestra voluntad, es algo
imposible. Así como, insistir en rescatar los sentimientos ya agotados que
fenecen por cumplimiento de su ciclo vital, es un esfuerzo inútil por muy noble
que sea la actitud de perseverar. Sin embargo, hacer un trabajo político para
convertirnos en líder en una determinada región es perfectamente posible. En
este caso sí cuenta la perseverancia como factor determinante para obtener el
éxito.
Permítaseme describir un breve episodio
de mi vida que ilustra la situación que
he sostenido arriba. Para mi ascenso al grado de Teniente Coronel (1981) se
presentaron fuertes inconvenientes en la junta de generales. Para el momento
que mi expediente llegó a esta instancia, luego de pasar satisfactoriamente la
evaluación de la junta técnica, yo estaba calificado como un oficial de
tendencia "socialista", crítico en sus planteamientos y severo ante la
inmoralidad de los jefes. Por ese motivo la recomendación para el ascenso fue
negada. Me enteré de la decisión unos 30 días antes del acto el cual se
realizaría el 30 de diciembre de 1981; y a partir de entonces, comencé a
desarrollar todo un plan de entrevistas y gestiones para hacer cambiar esa
decisión. Así llegué al 17 de diciembre cuando me recibió el Comandante General
de la Aviación, quien luego de escuchar mis argumentaciones me prometió que
arreglaría todo para que se diera mi ascenso. Confiado en su promesa me mantuve
a la expectativa y con frecuencia verificaba en la dirección de personal acerca
de mi situación.
Con esta preocupación latente en mi ánimo, llegó el 29 de diciembre
un día antes del acto de ascenso. Esa mañana entregué la guardia como Jefe de
los Servicios del Ministerio de la Defensa y me comuniqué de nuevo con la
Fuerza Aérea para conocer la resolución de los oficiales que serían ascendidos.
Yo no aparecía en la lista. Por lo tanto, tenía que actuar. Me quedaban menos
de 24 horas y en ese lapso debería lograr algo que parecía imposible. Me fui a
la Comandancia de la Aviación y busqué hablar con el Jefe del Estado Mayor. Me
recibió y me enfatizó que yo no iba a ascender, pero que intentara hablar de
nuevo con el Comandante General; éste, no se encontraba en Caracas, estaba en
Maracay. Su regreso sería a las 3 p.m. Que decepción. Sentía que mi vida
profesional se acababa. Para mí era imposible seguir la carrera con un retardo
en mi ascenso. Me sentí abatido y derrotado por el adversario. Mi estado
anímico estaba en sus niveles más bajos.
Frustrado y en "agonía" llegué a mi casa. Mi familia me esperaba. Mi esposa se asomó por la
ventana del apartamento y desde abajo le hice seña que todo estaba perdido.
Subí y me acosté para tratar de dormir. Había “tirado la toalla”. Cerca de las
3 p.m., ella me despierta e insiste que vaya a ver al Comandante. Yo no quería hacerlo, pero ante su reiterada solicitud, retomé las
pocas fuerzas que yacían en mi espíritu y fui a hacer el último intento de arar
en el mar. Me presenté de nuevo y le hice una antesala de 2 horas al Jefe de la Aviación Militar. Espera
que hice en un lugar que me permitió ver pasar los codiciosos del poder y los
adulantes del momento. Me miraban como los que sienten desprecio por los
caídos, los sin nada, los batracios que se arrastran en el subsuelo de la
inmundicia. Al fin, salió el Comandante General y en menos de 3 minutos justificó la
imposibilidad de mi ascenso. Yo intervine y haciendo un esfuerzo
sobreponiéndome al estado anímico del derrotado, le hablé solo 1 minuto,
destacando su promesa del 17 de diciembre cuando asumió arreglar todo para que
yo ascendiera. Eso fue determinante para aceptarlo. Me indicó
llamar al Director de personal para que elaborara la resolución, a su
ayudante para que lo comunicara con el Ministro de la Defensa y que yo mismo fuera a la casa
del Ministro en Montalbán para que me firmara la resolución.
A las 7 p.m., la
situación había cambiado radicalmente. Arrancaba hacia la victoria. Iba con la
resolución elaborada a última hora, dejando sin efecto estudios y
recomendaciones que las diferentes juntas de ascensos presentaron para la
consideración y firma del Presidente de la República. A las 8 p.m., estaba en
presencia del Ministro quien con cierta arrogancia tomo la
resolución y al ver mi nombre se limitó a murmurar: "...y que le enseñan a ustedes
en las universidades que los vuelven comunistas”. Firmó la hoja de papel y me
la devolvió. A las 9 p.m., estaba de regreso en la Comandancia de la FAV
entregando la resolución firmada y haciendo que se me anexara a la lista de
ascenso. El acto era a las 8.30 a.m. del día siguiente.
Esa es la historia de mi ascenso a
teniente coronel. Un gesto de perseverancia, que con sus altos y bajos en el
estado anímico, siempre se mantuvo presente la voluntad de alcanzar el
objetivo. Narro esto como un ejemplo de lo que significa ser perseverante en
intentar objetivos viables aunque en extremo difíciles. La perseverancia es una
cualidad que debe estar siempre presente en los hombres de buena voluntad. Las metas políticas que son en extremos
difíciles, con la perseverancia que nos anima dentro del marco de los valores
éticos y morales y con una gran dosis de sensibilidad social podremos ir siempre hacia
la victoria.
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