1. La
Alcabala.
Estando de
guardia un domingo del año 1973 como Jefe de Servicios de la Base Aérea
Generalísimo Francisco de Miranda en La Carlota decidí instalar una alcabala de
control de vehículos. Lo hice en la que está al norte de la base y que permite
la salida por la Autopista del Este. La otra, la que da hacia el CCCT, la cerré
de tal manera que el tránsito automotor se desviara hacia la norte.
En esa época
el Aeroclub Caracas tenía sus instalaciones dentro de la Base Aérea, además de
los hangares que alojaban a las unidades
de la aviación privada (desde monomotores hasta turbojet) se encontraban las
instalaciones de su sede. El Aeroclub era símbolo del poder económico que en
simbiosis con el político hacía que el sector militar se acoplara a la dinámica
de las relaciones basadas en decisiones cupulares.
Este era el
período de bonanza económica para las cúpulas de mando de la sociedad y
privilegios para los factores de poder real. Una de esas manifestaciones era el
poseer un avión particular; lo que permitía que los fines de semana los
poderosos y sus allegados inmediatos se fueran de paseo hacia los destinos que
satisfacía el bienestar del ocio y el placer de la diversión. Las naves salían
el viernes y regresaban desde sus diferentes destinos (nacionales e
internacionales) los domingo por la tarde.
Ese domingo
que estaba de guardia quise comprobar lo que mis observaciones delataban.
Necesitaba aportar una acción moralizadora para parar los abusos de los dueños
y usuarios de la aviación privada que amparados y protegidos por los
privilegios concedidos a los propietarios de los medios de producción, a los
que manejaban el comercio importador y a todos los que acumulaban su riqueza a
la sombra del Estado cometían al arribar a la base aérea con productos,
mercancías y objetos que transportaban en sus aeronaves sin control alguno.
Llagaban desde las islas del Caribe, o de los EEUU o de otros sitios incluyendo
la Isla de Margarita o de puntos turísticos de Venezuela o desde sus
latifundios sin pasar por aduna ya que en la base aérea no existía.
Ese domingo
decidí entonces revisar todos los vehículos que salieran de la base aérea.
Monté la alcabala con 6 soldados de la tropa, dos sargentos y cuatro cabos. Uno
de los sargentos paraba el vehículo y dos cabos se encargaban de revisar todo
el vehículo. Los otros tres quedaban a cargo de la custodia en el segundo
anillo de seguridad. Todo lo que se encontraba que no tenía factura o
comprobante de haber sido inspeccionado por la Guardia Nacional o los servicios
aduanales de su aeropuerto de origen quedaban decomisados. Eso originó una cola
que paralizó todo el tráfico de la base aérea y principalmente la única salda
habilitada. Los objetos decomisados (casi todo lo que llevaban era contrabando)
los colocábamos en el espacio libre que dejaba la garita. Pero, no había
transcurrido una hora cuando aparece a lo lejos el Jeep del Jefe de los
Servicios de la Comandancia General de la Aviación (instalación alojada en la
Base Aérea) un coronel a quien yo me le subordinaba. Venía “dejando el pelero”
a toda velocidad directamente a donde yo me encontraba. Todos los ocupantes de
los vehículos cómplices del contrabandismo se quedaron atentos a ver que sucedía.
Unos comenzaban a reír. Los vi desde mi puesto de comando improvisado en esa
alcabala de la dignidad. El coronel fue muy tajante y me dice: “Por orden del Ministro
de la Defensa quite la alcabala y deje salir de inmediato a todos los vehículos
con sus pertenencias”.
Uno de los
poderosos afectados llamó a su amigo, el Vice-Almirante Jesús Carbonell
Izquierdo Ministro de Defensa, y le dio la novedad que un tenientico de la Base
Aérea le estaba alterando su feliz regreso del fin de semana esplendoroso y,
además, atreviéndose a decomisarles sus objetos personales.
2. Protinal
y su obsequio.
En las
cercanías de la Base Aérea hacia el sector que limita con la cerca perimetral
dentro del haz de proyección de la dirección de despegue de las aeronaves está
la zona industrial de Los Ruices. Las edificaciones que ya existían allí o las nuevas
que se levantaban no podían obstaculizar las alturas establecidas por la norma
que regula el tránsito aéreo y específicamente para la seguridad en el despegue
de los aviones. En la zona estaba un edificio de la Protinal (empresa del Grupo
Mendoza, uno de los factores capitalistas más poderosos de esa época) al que le
iban a colocar un letrero grande con su logotipo en el techo del edificio. La
empresa ateniéndose a las normas, antes de subir el letrero solicitó la
autorización al Comando de la Base. Como yo trabajaba en operaciones aéreas, el
Comandante me dio la tarea de hacer el estudio de lo que se requería y preparar
la respuesta a los solicitantes. En efecto me avoque a realizar la experticia
técnico operativa resultando que el letrero no obstaculizaba para nada la norma de seguridad. Preparé el informe y la respuesta
que autorizaba la colocación del aviso.
Unos días
después recibí la visita del gerente de la Protinal acompañado de dos
ejecutivos. Querían agradecerme la autorización para colocar su aviso; gracias
que venían acompañadas de un obsequio. Era una pieza de porcelana “Capodimonte”
muy fina, de elevado precio y de impresionante belleza. Me sorprendió el gesto
y quedé por un instante en el plano de la incertidumbre. Fueron fracciones de
segundo que apenas tenía para tomar la decisión de aceptar o no ese regalo.
Pensé que lo que hice era parte de mi trabajo. Nada que agradecer pues esa era
mi obligación. Aceptar las gracias como muestra de reciprocidad en las
relaciones, era tolerable; pero pasar a un obsequio material además con la
sonrisa de complicidad del gerente al entregármelo era ceder a mis principios
de no caer en la tentación de arrimarme a los poderosos capitalistas. Asumí que
los obsequios eran una forma de amarrar a las personas a quienes posteriormente
le cobrarían su precio. Aunque era una realidad, el amiguismo es la vía de
obtener privilegios y disfrute material de los bienes codiciados, siempre me
opuse a esa forma de valorar la vida, de alcanzar las metas de esta manera,
obtener cargos y privilegios haciendo uso del compadrazgo y amistad.
Negándome a
caer en lo que hasta ahora había sido mi recto proceder sin contaminarme de
ilícitos y eventos cercanos a la corrupción, no acepté el fino obsequio que me
hacían. La risa del gerente desapareció.
3. La
sanción a subalterno amigo.
Las
relaciones que nacen entre los miembros de las tripulaciones aéreas remarcan un
nivel de solidaridad diferente al de los miembros de otros componentes
militares. En la aviación militar, cuando un equipo de hombres se eleva en el espacio
que cubren los cielos Venezolanos, la camaradería de la tripulantes es una
necesidad que se materialice pues tas tareas que cumple cada uno de sus miembros
hace que sean interdependientes. En el aire, dentro de esa aeronave, la
jerarquía se horizontaliza y prácticamente desaparece, desde el punto de vista
de la formalidad, la subordinación disciplinaria que exige la cultura del
militar.
En la Base
Aérea, los aviones en los cuales cumplía mis labores ordinarias eran aviones
ejecutivos que se operaban con una equipo
constituido por el piloto (capitán de la aeronave); copiloto y auxiliar
de vuelo. Tanto el piloto como el copiloto eran oficiales y el auxiliar de
vuelo un sub-oficial. Los oficiales egresan de la Escuela de Aviación Militar
(EAM) y los suboficiales de la Escuela Técnica. Ya esa diferenciación ha
desaparecido pues en el Proceso Revolucionario los sub-oficiales han tenido la
oportunidad de ascender a oficiales técnicos en igualdad de condiciones a los
oficiales egresados de la Academia.
Había un
sub-oficial que tenía la jerarquía de Maestro Técnico de Segunda (MT2) quien
era amigo de todos los oficiales pilotos que operaban esos equipos; pues su
tarea de auxiliar de vuelo le llevaba a establecer ese tipo de camaradería. Sin
embargo, a veces la amistad la confundía con el compradazgo y su actitud en
tierra le llevaba a saltarse la subordinación jerárquica. No era su culpa del
todo, el superior tiene mucho que ver con permitir esas posturas.
Un día
viernes estando de guardia se celebraba una fiesta en el Aeroclub Caracas,
fiestas frecuentes a las cuales se invitaban al personal de la base y a los
jefes de la Comandancia. Este MT2 era asiduo visitante al Aeroclub, tenía muchos
amigos allí, porque así de fácil amistad con los oficiales lo era también con
los grupos de propietarios de aviones. Las instalaciones del Aeroclub estaban
en el lado sureste de la Base, al lado derecho del final de la pista y
perpendicular a las instalaciones administrativas de la Base Aérea ubicadas al
lado izquierdo de la pista. Esa noche, alrededor de las 9PM, aún despierto
observo a un vehículo que sale del estacionamiento del edificio de operaciones,
toma la rampa de estacionamiento de los aviones militares, sigue por el taxiway,
se monta en la pista, avanza hacia el aeroclub la cruza y llega a su meta. Evidentemente la persona del vehículo
iba a la fiesta; pero, en lugar de hacerlo de manera racional por la carretera
que circunda la Base, quizá por euforia a causa de los tragos que llevaba
encima, quiso violar los reglamentos retando la prohibición de atravesar la pista
de aterrizaje de noche y con vehículo particular. Posiblemente este tipo de
acciones lo hizo por saberse amigo de los jefes y probablemente no era la primera
vez que lo hacía.
Analicé la
situación, releí la falta cometida contemplada en el reglamento disciplinario,
consideré su relación de amistad conmigo
y los jefes; pero prevaleció la lógica de la subordinación y el apego a las
normas ordinarias conocidas y practicadas cotidianamente. Al tomar la decisión,
llamé a la alcabala (la única que opera a partir de las 9PM) y le ordené al
personal de guardia que no dejara salir al MT2 y le dijera que se me presentara
en mi sitio de guardia a la hora que fuera. Efectivamente, pasadas las 2AM el
MT2 se me presentó. Me levanté y le dije lo que había observado y considerando
ser una falta disciplinaria de peso, le notifiqué que quedaba arrestado 24
horas; que se fuera a su habitación y
que no podía salir de la Base hasta cumplir la sanción. Él, apeló en primer
lugar a su relación de amistad conmigo
pero viendo mi firmeza ante la decisión buscó justificar su acto por otra vía
de la lógica para evitar la sanción. Mantenía que era de noche y que a esa hora
no habían operaciones aéreas. Mantuve mi posición y ya no pudo hacer más nada.
Cambió su conducta y asumió la de subalterno.
A la mañana
siguiente habló con sus amigos que eran jefes míos, quienes me llamaron para
que reconsiderara la sanción. Pero mi posición quedó firme, inalterable: el
arresto de 24 horas se mantenía. No accedí a ninguna forma de suavizar mi postura
atendiendo las sugerencias de quienes me hacían ver que ese MT2 no se merecía
el arresto ya que existían cusas atenuantes, que estaba arrepentido y que se
comprometía a no hacerlo más nunca. No accedí, ni siquiera a la sugerencia casi
de imploración que me hizo el Comandante de la Base Aérea. Desde ese momento
perdí la amistad con el MT2.
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