El 23 de mayo, en Cali, se llevará a cabo la IV Cumbre de la Alianza del
Pacífico, un engendro que impulsa una integración neoliberal, a contramano de
la que pretende el ALBA. Washington busca remolcar a sus socios del sur hacia
la Alianza Trans-Pacífico, para alejarlos del eje bolivariano.
Hace exactamente dos años, en Lima, se dio a conocer la Alianza del
Pacífico. Impulsada por el entonces presidente Alan García, reunió en un nuevo
foro regional a Perú, Colombia, Chile y México y se planteó como un espacio
para contrarrestar la entonces creciente influencia bolivariana.
Además de esos países, participan como observadores Panamá, Uruguay, Costa
Rica y Canadá. Ya en su manifiesto inaugural, la “Declaración de Lima”, los
socios señalan que pretenden “avanzar progresivamente hacia el objetivo de
alcanzar la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas”.
Desde la cumbre fundacional en Lima, se realizaron varias reuniones
presidenciales. El 23 de mayo, en Cali, se llevará a cabo la VII Cumbre de la
Alianza del Pacífico, con la presencia de mandatarios de los países miembros y
de algunos de los países observadores. Los cuatro socios, sumados, equivaldrían
a la novena economía del mundo y la décimosexta potencia comercial, 207
millones de consumidores, el 35% del PBI de América Latina.
Luego del fracaso del proyecto del ALCA, en 2005, y del fortalecimiento de
una integración regional que excluía a Washington (Mercosur ampliado -que
aguarda el ingreso de Bolivia y Ecuador-, UNASUR, CELAC, ALBA), Washington
pretende reposicionarse en la región, a pesar de su relativamente decreciente
influencia económica, del avance chino y de la profundización de las relaciones
económicas sur-sur.
La Casa Blanca impulsa la Alianza Trans-Pacífico (ATP), con el objetivo de
crear un mercado común entre las Américas (actualmente participan Canadá,
México, Perú y Chile), Australia y Asia, sin China. En línea con una política
exterior que mira con recelo la expansión y la competencia de Pekín (los
principales despliegues militares del Pentágono se realizan actualmente en el
Pacífico), la ATP cumple el doble objetivo de intentar contener y limitar la
expansión económica china y a la vez lograr una suerte de ALCA remozado que
contrarreste la influencia que supo tener la integración alternativa impulsada
desde Caracas por el eje bolivariano.
En función de los intereses de las grandes corporaciones estadounidenses,
se negocia a puertas cerradas, con el objetivo de llegar a un acuerdo en
octubre de 2013. Al mismo tiempo, movimientos sociales de todo el mundo luchan
contra la concreción de esta nueva ofensiva del capital trasnacional que
afectaría derechos laborales, regulaciones ambientales, acceso a medicamentos
genéricos, regulaciones financieras, a la vez que impulsaría la consolidación
de oligopolios y disminuiría la potencialidad de desarrollos locales.
Ambas iniciativas, la Alianza del Pacífico y la Alianza Trans-Pacífico son
complementarias y funcionales a los intereses de la Casa Blanca en América
Latina. Washington busca meter una cuña en América del Sur, impulsando a los
países con los cuáles ya tiene Tratados de Libre Comercio bilaterales
(Colombia, Chile, Perú) a que se unan y sean remolcados hacia la ATP.
La gira de Obama por México y Costa Rica (donde se reunirá, además, con
varios mandatarios centroamericanos) a sólo tres meses de asumir su segundo
mandato tiene como uno de los principales objetivos impulsar un movimiento
“tectónico” en la región, aprovechando la ausencia de Chávez: volver al viejo
proyecto de forjar una apertura al capital estadounidense, alentar el libre
comercio y reducir la capacidad de los Estados de establecer regulaciones.
Con sus pares centraoamericanos, Obama discutirá el tema de la guerra a las
drogas (cuyos nefastos resultados ya fueron expuestos por algunos gobiernos de
la región en la Cumbre de las Américas realizada justo un año atrás) y también
pretenderá mostrar los avances en las leyes migratorias en Estados Unidos, algo
que afecta fundamentalmente a las poblaciones de origen centroamericano. Sus
recientes declaraciones en favor del cierre de la cárcel de Guantánamo -promesa
electoral cuyo incumplimiento lleva más de 4 años- son parte de la estrategia
de “seducción” hacia América Latina.
Luego del fracaso que resultó para Washington la Cumbre de las Américas
realizada en Cartagena en abril de 2012 (allí la agenda caliente -Cuba,
Malvinas, droga, inmigración- fue impuesta por los países latinoamericanos, a
pesar de las presiones del Departamento de Estado), Obama pretende recuperar la
iniciativa en las relaciones interamericanas, detener el avance de potencias
extrarregionales (fundamentalmente China, socio comercial y financiero
privilegiado para Argentina, Brasil y Venezuela, entre otros) y limitar las
aspiraciones de Dilma Rousseff de transformarse en vocera de América del Sur
-vía el Mercosur o la UNASUR-.
Por eso, la Alianza del Pacífico es fundamental para el reposicionamiento
de Washington en la región. A través de la misma, se pretende atraer a los
países disconformes del Mercosur, como Uruguay y Paraguay, y reintroducir políticas
neoliberales que tanta resistencia popular generaron en las últimas dos
décadas.
La izquierda latinoamericana debe advertir esta nueva ofensiva del capital,
que pretende restablecer la agenda neoliberal, resistida a través de amplias
movilizaciones y levantamientos en los últimos 20 años. Es preciso defender la
integración alternativa que plantea el eje bolivariano. El ALBA de los
movimientos sociales, en ese sentido, puede ser una herramienta para coordinar
a las fuerzas políticas populares que construyen desde una perspectiva
latinoamericana, con una orientación anti-imperialista y, en algunos casos,
socialista.
*Leandro
Morgenfeld
Docente UBA e ISEN. Investigador del CONICET. Autor de
Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias
panamericanas (Ed. Continente, 2011), de Relaciones peligrosas. Argentina y
Estados Unidos (Capital Intelectual, diciembre 2012)
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