Ayunga era una negra culta, de buenos modales, inteligente y con muchos deseos de superación. Buena maestra y excelente estudiante. Soltera, menor de treinta años y con suficientes hombres que la cortejaban. Responsable y solidaria con su comunidad. Todas estas cualidades se unían a sus rasgos personales para hacer de ella una negra muy especial. Una linda negra que se diferenciaba del tipo que caracterizaba a la comunidad. Era la reencarnación de Agiri, la más hermosa de todas las esclavas en la época de la Colonia cuando los dioses castigaron a los blancos. Agiri había muerto degollada por uno de los blancos opresores. Ahora, reencarnada en Ayunga, venía a la Tierra a cumplir otra misión.
Shaka era un blanco nacido en la comunidad de Ayunga. Aventurero, mantenía su vida con un jeep sin lona para los truristas que buscaban aventuras y emociones novedosas. A Shaka le gustaba Ayunga. Le excitaba su presencia. El cuerpo juvenil de ella, portando pantalones cortos, ajustados hasta la mitad de los muslos y blusas ceñidas al pecho, eran una tentación inevitable. Le fascinaba verle las piernas, la curvatura de su cintura, el pelo corto liso que le caía al cuello. Su rostro expresaba la sensualidad más pura que mujer alguna le había transmitido. Muchas veces cuando estaban solos, conversando sobre sus metas existenciales, estuvo a punto de morderle los pezones de su busto. Eran tan libidinosos y provocativos que había que tener mucha fuerza de voluntad para contenerse. Pero, él tampoco quería enamorarla. Sabía que le podía hacer daño. Con él, ella que empezaba a madurar en la vida, no tenía futuro.
Un día Shaka le pidió a Ayunga irse de paseo a las playas del entorno. Ayunga se negaba, presentía que algo deseado pero no declarado pudiera ocurrir. Shuka elaboró un plan de salida por rutas de aventuras, diferentes a las que diariamente tomaba con los turistas. El placer que le producía andar con Ayunga le excitaba. Se arriesgo y la montó en su jeep sin decirle lo que había planeado. Tomando atajos y caminos de tierra, lodo, vías silvestres y selva se llegaba a Punta Celeste sin ser detectados por la comunidad. Punta Celeste quedaba entre Puerto Tuy y Tacarigua de la Laguna, atravesando el corazón montañosos de Barlovento. Era una playa salvaje, solitaria y virgen. Casi nadie la conocía. Pero de una belleza exótica, como todos los lugares de Venezuela a donde no ha llegado la civilización.
Al alcanzar la playa, la tarde caía y la marea comenzaba a subir para cubrir la arena blanca. El paisaje se tornaba romántico. La brisa fresca pegaba en sus cuerpos. El trance natural entre la luz que no termina de morir y la oscuridad que no se hace todavía, los obligó a lanzarse al mar. Shaka la agarró por la mano y así, de las manos tomadas, se zambullían juntos cuando la ola agitada pretendía batir sus cuerpos.
Avanzaron hasta más adentro del rompeolas. Se pararon en el punto donde circulaba una corriente de agua caliente. Aún con las manos agarradas miraron hacia la orilla y vieron el atardecer que se desvanecía. La tranquilidad del agua y la hora del regocijo crearon un ambiente sereno que los envolvía a los dos. Shaka captó la magia del momento y abrazó a Ayunga. Ella, que también lo deseaba, le cruzó los brazos por el cuello y lo besó en la boca. Gesto que encendió la chispa explosiva de los deseos contenidos de ambos. Él, más atrevido, le quitó el sostén del bikini. A ella se le erizó la piel. El placer de sentir en sus senos desnudos el tacto de Shaka y la brisa salubre que soplaba hacia la costa, le obligaron a entregarse al amor. Cerró los ojos y siguió los impulsos que el momento erótico le inducía. Shaka le besó los senos. Firmes y grandes senos oscuros como su piel; pero, tan apetecibles que era imposible dejarlos de agarrar, de mirar, de hundirse dentro de ellos. Verlos era incrementar el deseo carnal. Shaka quiso satisfacer sus ansias acumuladas, muchas veces tentado a desahogarlas: morderle los pezones. Más erotismo les causó. A él, sentir en la punta de su lengua y el filo de sus dientes la piel espesa del círculo redondo del pezón. A ella, experimentar la saliva que lubricaba las excitantes puntadas que le ocasionaban los dientes de él.
Shaka se dejó llevar por el incontrolable apetito sexual y la besó en la boca con desesperación. Le bajó la parte inferior del bikini hasta las rodillas, igual hizo con su traje de baño y, así mismo, en esa posición incómoda ignorada por la pasión, le hizo el amor. Desconociendo el vaivén que le ocasionaba el complaciente mar y manteniendo el equilibrio como pudo, penetró a la linda negra Ayanga. Ella gimió con fuerza. Lanzó varios gritos ahogados con lágrimas de placer en los ojos. Pero el acto de amor no terminó en el agua. Salieron a la orilla y en la arena, acostados completamente desnudos, remataron con ardor, delirio y furor lo que empezaron con el agua hasta la cintura. La noche apareció y los arropó con sus estrellas que brillaban para ellos.
martes, 24 de enero de 2012
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