Esencia de la exposición “Proceso Revolucionario, Comuna y Morfogénesis” durante la realización del evento: Una Política Pública de Desarrollo Integral el 22 de Julio de 2011, por parte del Viceministerio de Desarrollo Rural Integral.
Primera parte: La Fuerza A,B
La fuerza A,B es la voluntad puesta de manifiesto por el revolucionario para materializar la traslación revolucionaria (transferencia de la toma de decisiones a las comunidades organizadas). La fuerza A,B es una acción autogestionada decida por convicción y espontaneidad para actuar en los distintos campos operacionales que la fase actual del Proceso Revolucionario demanda: (i) formación Ideológica, (ii) conceptualización teórica y (iii) cambio de estructura.
La fuerza A,B se compone de vectores, es decir, los elementos energéticos del individuo, del grupo comunitario o de la masa revolucionaria que generan la energía morfogenética (centrifugadora de acciones múltiples) para transformar las realidades (cultura, pensamiento y naturaleza humana), elevar la conciencia, transferir el poder a las comunidades y alcanzar el máximo nivel de consolidación de la revolución: materializar la plenitud del Bien común del colectivo.
Los vectores que constituyen esta fuerza A,B son dos: el 1,2 que comprende la espiritualidad del ser humano; y el vector 3,4 que está referido a la racionalidad del individuo.
El vector 1,2 lo identificamos como la potencia interior del ser que lo mueve, lo incentiva, lo empuja a alcanzar, decididamente sin dejarse vencer por las adversidades, los objetivos revolucionarios. Es lograr un nivel de absoluta disposición para luchar por sus creencias, sus ideas y sus razones. Esa vitalidad interior pujante es consecuencia de los factores espirituales que intervienen en el yo interior del individuo. Factores que deben ser madurados, trabajados internamente por cada revolucionario. Los factores espirituales tienen que entenderse para asimilarlos o, si no se ha alcanzado ese nivel de claridad todavía, descubrirlos y procesarlos a fin de hacerlos parte de su vida cotidiana.
Considero cuatro factores como los básicos generadores del dinamismo que el individuo necesita para ser un aliado incondicional de por vida al Proceso Revolucionario. A esos factores los clasifico por su atributos valorativos en rangos jerárquicos (de mayor a menor nivel de complejidad) de la siguiente manera: (i) primer rango: los principios y virtudes del individuo; (ii) segundo rango: la unidad colectiva, creadora del espíritu de cuerpo; (iii) tercer rango: el sentido de pertenencia al Proceso; y (iv) cuarto rango: el pleno compromiso con la revolución.
El vector 3,4 entendido como la racionalidad del individuo (razón basada en un marco conceptual teórico), se bifurca en dos direcciones: conciencia y talento. La conciencia es el resultado de la producción intelectual generada por el estudio disciplinado y permanente, la investigación creadora y la elaboración de conocimientos procesados. Se identifica este nivel cognitivo del ser, cuando se construyen los juicios por la vía de la asociación de conceptos, cuya relación y sumatoria final conduce a la organización del pensamiento crítico. Condición necesaria para objetar el efecto de la alienación cultural. Punto de partida para producir cambios en el sistema cultural heredado de la contra-revolución.
El pensamiento crítico conduce al reconocimiento del talento individual. Las capacidades dormidas o ignoradas, potencialidades que se han mantenido en estado de latencia, emergen cuando nos posesionamos de nuevos niveles de conocimiento. Descubrir lo que somos capaces de hacer cuando creíamos que eso no era de nuestra competencia, significa que nada es imposible de lograr. Que todo se nos revela cuando dominamos el conocimiento universal.
Considero que la garantía de la profundización del Proceso, las respuestas que hay que dar a las confrontaciones simples o radicales de la oposición desestabilizadora, así como adentrarnos en entender la coyuntura actual y acelerar el establecimiento de la Revolución, se elevará a dimensiones de franco desarrollo cuando se produzca domine e internalice íntegramente la Fuerza A,B.
Segunda parte: La base espiritual revolucionaria
La fuerza A,B nos capacita para entender que la revolución es un acto humano de profunda inspiración espiritual. La meta que busca alcanzar la revolución es lograr a plenitud el bien común del pueblo. Esto pasa por asumir que la espiritualidad es la energía interior que manifiesta el sur humano para lograr la obtención de fines y propósitos. La espiritualidad es el motor que genera la acción revolucionaria. No puede haber revolución si no se siente el amor por el prójimo, si no internalizamos sentimientos humanos de desprendimiento y entrega para satisfacer el bien colectivo. Hay revolución cuando sepamos querer a los demás. Habremos entrado en la dimensión espiritual de la revolución cuando aceptemos la existencia, el espacio y las ideas de nuestros semejantes. Estamos en la justa ruta del avance revolucionario cuando sintamos afecto y solidaridad por los ciudadanos, habitantes, pueblos de nuestro país y del mundo.
Los factores que estimulan el surgimiento de la espiritualidad están basados en la Fuerza A,B. Factores que moldean el marco teórico del revolucionario e inducen al cambio conceptual de los elementos que le dan consistencia al realismo político, es decir: (i) definición de una postura económica frente a los medios de producción (producción socialista cuyo espacio natural para el ejercicio del socialismo es la Comuna); (ii) elaboración de una clara e inequívoca actitud política frente al cambio en las relaciones sociales y de poder (autogestión, democracia directa y autogobierno); y (iii) producción de una sólida posición ideológica frente a la concepción del mundo y la vida (Socialismo el Siglo XXI como modo de vida para interpretar al mundo y las relaciones de sus habitantes). Es entonces una correspondencia simbiótica la que existe entre la espiritualidad del ser revolucionario y la acciones políticas que generan los cambios estructurales de la sociedad.
La espiritualidad, como agente innovador de la conciencia revolucionaria, va a incidir por la vía del militante, cuadro o luchador social, en el Proceso Revolucionario como fenómeno social que marca nuevos hitos en la historia de la República. Su incidencia en tres aspectos estructurales del Proceso: bien común, poder popular y fuerzas propias, nos permite afirmar que el nuevo paradigma que ha establecido la revolución en Venezuela es consecuencia de la racionalidad política en conjunción con los sentimientos del ser humano. La espiritualidad nos conduce a la concepción de un nuevo sistema político cuya raíz es el bien común. Este aspecto, sin que le agreguemos otros componentes, es suficiente para entender que el Proceso Bolivariano nunca es ni será igual, similar o parecido, a los otros modelos políticos que se sostienen con base en el pragmatismo, clientelismo o usufructo del poder. La democracia representativa, por ejemplo, no entiende la vida y al mundo desde una visión de amor hacia al prójimo. Lo hace sobre el marco capitalista cuya esencia lo define el beneficio y la acumulación hasta el valor infinito que produce el mercado. Su razón existencial es el lucro, el egocentrismo, la competencia, la rivalidad, el individualismo, el consumo. Diametralmente opuesto a lo que busca la revolución.
La diferencia entonces radica en que en la revolución, lo espiritual permite que se direccione la acción política hacia la satisfacción de las creencias y prácticas basadas en el humanismo. El poder popular, por ejemplo, significa transferir, canalizar u otorgar la potestad de la toma de decisiones al pueblo organizado. Quien no sienta amor por el prójimo, nunca cederá el poder a los otros. No dará ni un milímetro del control del aparato del Estado a los grupos comunitarios que lo necesitan para satisfacer sus expectativas de vida. Eso solo se logra, se obtiene de manera legítima, cuando por propia voluntad la acción política inmersa en la convicción de la espiritualidad humana, el revolucionario se iguala a su prójimo y resaltando la disposición de desprendimiento y de solidaridad fraterna, decide conscientemente materializar la transferencia de poder al pueblo. Esto es lo que caracteriza a la fase actual del Proceso cuando la identificamos como la transición. Momento de nuestra historia que nos obliga a sembrar conciencia en el colectivo para que se le abra su entendimiento, se refuerce la voluntad y se le arme con los sentimientos que dimana de la espiritualidad revolucionaria para que pueda profundizarse la revolución. La consolidación del Proceso Revolucionario, etapa ulterior del mediano plazo, se alcanzará cuando se irradie, se acepte, se procese y se digiera intelectual y sentimentalmente la espiritualidad revolucionaria.
miércoles, 17 de agosto de 2011
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