La lucha por la consolidación del Proceso no se detiene. Ni ha finalizado. Ahora más que antes, incluso con mayor vigor y energía que el período iniciado a partir del 11-A, la moral y el espíritu de cuerpo del revolucionario tiene que estar presente en la cotidianidad del quehacer político. Nadie puede asomar amagos de desmoralización. Ningún ser de buena voluntad identificado con la Revolución Bolivariana puede en ningún momento sentirse debilitado. Esta lucha lleva muchos años gestándose y ahora, cuando hemos comenzado a establecer su concepción estratégica y sus nuevos paradigmas existenciales no podemos tirar “la toalla”.
En la lucha permanente por la emancipación del pueblo, los escenarios adversos que se presentan pasan a comportarse como otro obstáculo más que hay que vencer. Son como barreras duras, hechas de plomo e insalvables como la profundidad del mar, pero siempre se le busca la vuelta para superarlos. Y, sin que nos genere ansiedad, asumámoslo de una vez, así será hasta que esa adversidad eterna sea reducida a su mínima expresión. A cada acción revolucionaria le acontecerá de manera contraria una fuerza reaccionaria. Nada de lo que ejecute la Revolución se desplazará en línea recta hacia la consecución de su meta. El oponente le lanzará otra línea que le chocará de frente, haciendo entonces que la ejecutoria revolucionaria se convierta en curva sinuosa, o zigzag tangencial, para poder llegar en el doble o triple del tiempo pre-establecido. Pero llegará a la meta. Sin anclarse en el tiempo, transitando en el camino perpetuo de la lucha la Revolución obtendrá el objetivo. Los perseverantes que han pasado años en su brega, se han habituado a que nada le es fácil en la búsqueda revolucionaria. Y ya curtido su espíritu, lo que es ahora y lo que viene después no le será desconocido. Nada le hará temer ni mucho menos vacilar, ante la deslealtades cotidianas ni exclusiones de lo constituido. En todo caso, la revolución lo que demanda es la existencia plena y consciente del poder popular para realizarse.
En consecuencia, toda la militancia revolucionaria, aguerridos y novatos, veteranos o iniciados, todos en su conjunto tienen que sudar muchos años más, para poder sentarse en la sublime calma a ver los frutos de la lucha. Para llegar a ese nivel de placidez espiritual, faltan amplios trechos de abismos todavía y largos tiempos de falsedades, saboteo, conspiración e intentos por impedir consolidar la meta.
Los escenarios que surgen a raíz del 26S y que avanzan hacia su desenlace en el 2012 no pueden afectarnos. Sea lo que sea, se cumplan los pronósticos, se active de nuevo la desestabilización y la acción diplomática aniquiladora del imperio, cualquiera sea el nuevo atentado para cerrarle el paso al Proceso --incluyendo la alerta que vivimos en 2010 por el estancamiento ideológico y el retroceso político--, el revolucionario auténtico se le enfrentará con vigor de alma y fuerza espiritual; hará renacer la energía (morfogenética) dormida, latente o ignorada para desbaratar la fuerza contraria que intenta demolernos. El revolucionario que lucha, lo seguirá haciendo y enfrentará otra vez los múltiplos escenarios de los oponentes y adversarios desalmados que se le paren enfrente para frenar y destruir su labor de Bien Común.
Que nadie llore por creer que se ha perdido algo del Proceso. No hay espacio para detener el tiempo y drenar lamentos y ansiedades. El temple del luchador no tolera retrasos por migajas pragmáticas --poder con base en el clientelismo; inmodestia del mando; signos exteriores de la lujuria cupular--. La ruta a seguir marca la pauta de la cadencia de la superación de reveses. Mirada al frente hasta allá, más lejos del horizonte; y el pecho erguido, que exteriorice la moral más alta que cualquier ser vivo en la tierra.
Ya es tiempo de saberlo. Es el momento de convencernos que en la Revolución, la práctica de la política es la lucha. La lucha es la brega diaria, es labrar un destino, es conseguir lo que se busca con esfuerzo y perseverancia. Nada en la Revolución es regalado ni heredado ni copiado. Por eso la tenacidad por abrir brechas inexistentes, inventar el modelo de sociedad, construir de la nada los parámetros referenciales de la nueva moral y ética del nuevo hombre es lo que tiene que vincularnos emocionalmente con las rutas emancipadores de nuestro pueblo. Lucha que no es volátil, como el gas que se diluye con la brisa o desaparece en la esfera cúbica de la dimensión tangible de la tierra. La Revolución ganada no se abandona, no se deja a medio andar. El Proceso nos exige ahora más solidez y hermandad e incluso mayor percepción hacia los verdaderos revolucionarios (para igualarnos) y hacia los mimetizados contra-revolucionarios (para tenerlos en la mira). Los escenarios aparecidos o por aparecer, generados por las coyunturas que a lo largo de esta larga fase de transición se han gestado, esos escenarios nos obligan hoy a ser más revolucionarios como nunca antes lo fuimos.
lunes, 20 de diciembre de 2010
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