El discurso de Vladimir Putin, el
24 de octubre de 2014, en la 11a. reunión del Grupo de Discusión del Club
Valdai, es una clave para entender la situación internacional. Ha sido evitado
por la prensa occidental. El Club Vaidal fue creado en Rusia en 2004 para
promover la discusión sobre temas nacionales e internacionales entre Rusia y
expertos extranjeros.
El tema del encuentro fue "El
orden mundial: Nuevas reglas o un juego sin reglas". Este año,
participaron en los trabajos del encuentro 108 expertos, historiadores y
analistas políticos de 25 países, incluidos 62 participantes extranjeros.
Aquí está la traducción de la
transcripción del discurso:
Estimados colegas, señoras y señores, queridos amigos: es un placer darles
la bienvenida a esta XI conferencia del club de discusión "Valdai".
Ya se ha dicho aquí que este año en el club hay nuevos coorganizadores,
entre ellos organizaciones no gubernamentales rusas, grupos de expertos y
grandes universidades. Además se ha expresado la idea de ampliar la discusión
para incluir no sólo la problemática rusa sino también cuestiones de política y
economía globales.
Espero que estos cambios organizativos y de contenido refuercen las
posiciones del club como un importante foro de discusión y de reunión de
expertos. Con ello espero que el así llamado espíritu de Valdai pueda
mantenerse: su libertad, apertura, posibilidad de expresar las más distintas
opiniones y con ello las opiniones sinceras.
En este sentido quiero decirles que no les voy a decepcionar, voy a hablar
clara y sinceramente. Algunas cosas pueden parecer duras. Pero si no habláramos
directa y sinceramente de lo que realmente pensamos no tendría sentido
reunirnos en este formato. Sería mejor, en tal caso, mantener los encuentros
diplomáticos donde nadie dice nada en un sentido claro y real y, recordando las
palabras de un famoso diplomático, caer en la cuenta de que los diplomáticos
tienen lenguas para para no decir la verdad.
Nos reunimos aquí con otros objetivos. Nos reunimos para hablar
sinceramente. Necesitamos la franqueza y dureza de las valoraciones hoy no para
atacarnos mutuamente sino para intentar ir a fondo y entender qué es lo que en
realidad sucede en el mundo, por qué es menos seguro y menos previsible, porqué
por los riesgos crecen por doquier.
El tema del encuentro de hoy, de las discusiones que han tenido lugar se ha
denominado "¿Nuevas reglas de juego o juego sin reglas?". En mi
opinión este tema, esta formulación, describe muy exactamente el histórico
punto de inflexión en que nos encontramos y la elección que todos tendremos que
hacer.
La tesis de que el mundo contemporáneo está cambiando muy rápidamente, por
supuesto, no es nueva. Y sé que ustedes han hablado de ello en el curso de la
discusión de hoy. Es cierto, es difícil no darse cuenta de las dramáticas
transformaciones en la política global, en la economía, la vida social, en la
esfera de las tecnologías sociales, de la información, de la producción.
Les pido disculpas desde ahora si repito lo expresado por algunos
participantes en este foro. Es difícil evitarlo, ustedes han hablado en
detalle, pero voy a expresar mi punto de vista, que puede coincidir o ser
distinto de lo dicho por los participantes del fórum.
No olvidemos, al analizar la situación actual, las lecciones de la
historia. En primer lugar los cambios en el orden mundial -y los sucesos que
estamos viendo hoy día son eventos de esta escala- por regla general fueron
acompañados si no por una guerra global o por choques globales, por una cadena
de intensivos conflictos de carácter local. En segundo lugar, la política
mundial es sobre todo acerca del liderazgo económico, cuestiones de la guerra y
la paz, y la dimensión humanitaria, incluyendo los derechos humanos.
En el mundo se han acumulado numerosas contradicciones. Y debemos
preguntarnos sinceramente unos a otros si disponemos de una red de seguridad
confiable. Por desgracia no hay garantías de que el sistema existente de
seguridad global y regional pueda protegernos de graves turbulencias. El
sistema ha sido seriamente debilitado, fragmentado y deformado. Las
instituciones internacionales y regionales de relaciones económicas, políticas
y culturales viven tiempos difíciles.
Sí, muchos mecanismos de garantía del orden pacífico se crearon hace
bastante tiempo, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial sobre todo.
Permítanme subrayar que la solidez de este sistema se basaba no solo en el
balance de fuerzas y en el derecho de los vencedores, sino también en que los
"padres fundadores" de este sistema de seguridad se relacionaban
respetuosamente unos con otros, no intentaban apretar o aplastar a los otros
sino que trataban llegar a acuerdos.
Lo importante es que este sistema necesita desarrollarse, y a pesar de
todos sus defectos necesita ser capaz de contener los problemas mundiales
existentes dentro de ciertos límites y de regular la intensidad de la natural
competencia entre países.
Estoy seguro de que no podemos tomar este mecanismo de pesos y contrapesos
que construimos a lo largo de las décadas pasadas con tanto esfuerzo y
dificultades y destruirlo sin construir algo en su lugar. En tal caso no habría
instrumentos salvo la fuerza bruta. Lo que necesitamos hacer es llevar a cabo
una reconstrucción racional y adaptarlo a las nuevas realidades del sistema de
relaciones internacionales.
Sin embargo los Estados Unidos, que se han declarado a sí mismos vencedores
de la Guerra Fría, han pensado que no había ninguna necesidad de ello. Y en
lugar de establecer un nuevo balance de poder, condición indispensable del
orden y estabilidad, al contrario, han dado pasos que han llevado al sistema a
una aguda y profunda desestabilización.
La Guerra Fría terminó. Pero no lo hizo con una declaración de
"paz" mediante acuerdos comprensibles y transparentes de observancia
de las normas y estándares existentes o de creación de unos nuevos. Esto creó
la impresión de que los así llamados "vencedores" en la Guerra Fría
decidieron presionar los eventos y rediseñar al mundo de tal suerte que sirviera
para satisfacer sus necesidades e intereses. Y si el sistema existente de
relaciones internacionales, el derecho internacional y los pesos y contrapesos
en operación entorpecían el logro de estos objetivos, entonces el sistema era
denunciado como inválido y anticuado y promovían su inmediata demolición.
Perdón por la analogía, pero así se comportan los nuevos ricos, que de
repente obtienen una gran riqueza, en este caso en forma de dominación mundial,
liderazgo mundial. Y en lugar de, con esta riqueza, comportarse sabiamente y
con cuidado, incluso claro está, en su propio beneficio, pienso que han hecho
muchos disparates.
Ha comenzado un periodo de diferentes interpretaciones y deliberados
silencios en la política mundial. Bajo la arremetida del nihilismo legal el
derecho internacional ha venido retrocediendo paso a paso. La objetividad y la
justicia han sido sacrificadas en el altar de la conveniencia política. Las
normas jurídicas han sido sustituidas por interpretaciones arbitrarias y
valoraciones sesgadas. Además, el control total de los medios de comunicación
globales ha permitido hacer pasar lo blanco por negro y lo negro por blanco.
En las condiciones de dominio de un país y sus aliados -o por decirlo de
otra manera, sus satélites- la búsqueda de soluciones globales se ha convertido
muy a menudo en una tentativa de imponer sus propias recetas universales. Las
ambiciones de este grupo han crecido tanto que las políticas que ellos acuerdan
en los corredores del poder las presentan como si fueran la opinión de toda la
comunidad internacional. Pero eso no es así.
El propio concepto de "soberanía nacional" para la mayoría de los
países se ha convertido en algo relativo. En esencia, se propuso la siguiente
fórmula: cuanto mayor sea la lealtad al solo centro de poder mundial tanto
mayor será la legitimidad de este o aquel régimen de gobierno.
Luego tendremos una discusión libre, y con mucho gusto contestaré a las
preguntas y me gustaría también ejercer mi derecho para hacer preguntas. Pero
en el curso de esta discusión traten de refutar la tesis que acabo de formular.
Las medidas contra los que se rehúsan a someterse son bien conocidas y han
sido probadas muchas veces. Incluyen el uso de la fuerza, presión económica y
propagandística, injerencia en asuntos internos, apelación a cierta legitimidad
"supralegal" cuando hay que justificar una solución ilegal en este o
aquel conflicto y el derrocamiento de regímenes molestos. En los últimos
tiempos hemos sido testigos de un chantaje abierto en contra determinados
líderes. No en vano el llamado "gran hermano" gasta miles de millones
de dólares en mantener a todo el mundo, incluidos sus aliados más cercanos,
bajo vigilancia.
Hagámonos la pregunta de hasta qué punto vivimos confortablemente, seguros
y felices en un mundo así, hasta qué punto es justo y racional. ¿Puede ser que
no tengamos motivos verdaderos para preocuparnos, discutir, o formular
preguntas incómodas o torpes?
¿Puede ser que la excepcionalidad de los Estados Unidos, tal y como ellos
ejercen su liderazgo, sean realmente una bendición para todos nosotros, y que
su continua injerencia en los asuntos de todo el mundo esté trayendo paz,
prosperidad, progreso, crecimiento, democracia y simplemente tengamos que
relajarnos y gozar?
Me permito decir que no, que absolutamente este no es el caso.
El dictado unilateral y la imposición de los propios modelos produce el
efecto contrario: en vez de solucionar los conflictos, estos escalan en
intensidad; en vez de estados soberanos y estables vemos la creciente
diseminación del caos; y en vez de democracia, el apoyo a un muy dudoso grupo
que va desde los neofascistas hasta el radicalismo islámico.
¿Y por qué apoyan a esta gente? Porque los utilizan en alguna etapa como
instrumento para lograr sus fines, después se queman sus dedos y se echan hacia
atrás. No dejo de sorprenderme cuando veo que nuestros socios una vez tras otra
caen en el mismo agujero, es decir, cometen el mismo error una y otra vez.
En su tiempo financiaron movimientos islamistas extremistas para luchar
contra la Unión Soviética. Esos grupos adquirieron experiencia de combate en
Afganistán y de allí luego salieron el Talibán y Al Qaeda. Occidente, si no les
apoyó, al menos cerró los ojos, y yo diría que aportó información y apoyo político
y financiero a la invasión de los terroristas internacionales a Rusia (no hemos
olvidado esto) y a los países de Asia Central. Solo tras los horribles ataques
cometidos en Estados Unidos se despertaron ante la amenaza común del
terrorismo. Recuerdo que entonces fuimos los primeros en apoyar al pueblo de
los Estados Unidos de América, reaccionamos como amigos y socios en esta
terrible tragedia del 11 de septiembre.
Durante mis conversaciones con líderes europeos y de los Estados Unidos
siempre hablo de la necesidad de una lucha conjunta con el terrorismo, como
tarea global. En esta tarea no podemos rendirnos y resignarnos ante la amenaza;
tampoco podemos dividirla en partes separadas, usando dobles raseros. Al
principio estuvieron de acuerdo con nosotros, pero al poco tiempo todo volvió a
ser como antes.
Primero la operación militar en Irak, y luego en Libia. Este país, por
cierto, quedó al borde de la disolución. ¿Por qué Libia fue empujada a esa
situación? Ahora está en peligro de destrucción total y se ha convertido en un
campo de entrenamiento de terroristas. Solo la voluntad e inteligencia de la
actual dirección en Egipto ha permitido a este crucial país árabe salir del
caos y el dominio total del extremismo. En Siria, como en otros tiempos, los Estados
Unidos y sus aliados comenzaron a financiar y armar directamente a los rebeldes
y permitiéndoles engrosar sus filas con mercenarios de distintos países.
Permítanme preguntar ¿de dónde obtienen estos rebeldes el dinero, las armas y
los especialistas militares. ¿De dónde viene todo esto? ¿Por qué el Estado
Islámico se ha convertido en un grupo tan poderoso, una fuerza esencialmente
armada?
En lo referente a la financiación, hoy el dinero no proviene solo de los
ingresos por drogas cuya producción, por cierto, ha aumentado en varios órdenes
de magnitud, y no solo un pequeño porcentaje durante la presencia de las
fuerzas internacionales en Afganistán. Ustedes saben esto, por supuesto. La
financiación proviene también de la venta de petróleo, su extracción y
transporte en territorios controlados por los terroristas. Lo venden a precios
de dumping, y hay alguien que se los compra, lo revende, gana dinero con ello
sin pensar en que está financiando a los terroristas que tarde o temprano
vendrán a su territorio y sembrarán la muerte en su país.
¿Y los reclutas, de dónde vienen los nuevos reclutas? En Irak como
resultado del derrocamiento de Sadam Hussein las instituciones estatales,
incluido el ejército, quedaron en ruinas. Entonces
dijimos: tengan mucho, mucho cuidado. Ustedes están mandando a esa gente a
las calles. ¿Qué van a hacer? No olviden que -justamente o no- ellos
estaban en posiciones de mando de una potencia regional relativamente grande.
¿En qué los están convirtiendo ahora?
¿Qué sucedió? Que decenas de miles de soldados y oficiales, antiguos
activistas del partido Baaz, arrojados a la calle, se unieron a las filas de
los rebeldes. ¿Puede ser que ahí esté la clave de la efectividad del Estado
Islámico, o ISIS? Actúan de una manera muy efectiva desde el punto de vista
militar, son gente muy profesional. Rusia ha advertido en repetidas ocasiones
sobre el peligro de acciones armadas unilaterales, las injerencias en los
asuntos de estados soberanos, y el flirteo con grupos extremistas y radicales.
Hemos insistido en la necesidad de incluir a los grupos que luchan contra el
gobierno central de Siria, incluido el ISIS, en la lista de organizaciones
terroristas. ¿Cuál ha sido el resultado? Ninguno.
Hemos hecho esa apelación en vano.
A veces tenemos la impresión de que nuestros colegas y amigos luchan
constantemente contra los resultados de su propia política, dedican sus
esfuerzos a luchar contra los riesgos que ellos mismos han creado, pagando por
ello un precio cada vez mayor.
Estimados colegas. Este periodo de dominación unipolar ha demostrado
claramente que el dominio de un solo centro de poder no lleva al aumento de la
gobernabilidad de los procesos globales. Al contrario esta endeble construcción
ha mostrado su incapacidad para luchar contra amenazas tales como los
conflictos regionales, el terrorismo, el narcotráfico, el fanatismo religioso,
el chauvinismo y el neonazismo. Al mismo tiempo el unipolarismo ha abierto un
ancho camino para un hipertrofiado orgullo nacional, manipulando a la opinión pública
para consentir que el fuerte acose y suprima al más débil. Esencialmente el
mundo unipolar es simplemente un medio para justificar la dictadura sobre los
pueblos y los países. El mundo unipolar se convirtió en algo demasiado
incómodo, una carga demasiado pesada e inmanejable incluso para su
autoproclamado líder. Se han escuchado aquí comentarios sobre ello y yo estoy
totalmente de acuerdo con lo que aquí se dijo. De ahí vienen los actuales
intentos, ya en una nueva etapa histórica, de recrear algo parecido a un mundo
cuasibipolar como un modelo conveniente de perpetuación del liderazgo
americano. Es irrelevante quien ocupa el lugar del "centro del mal"
en la propaganda americana, el viejo lugar de la URSS como el principal
adversario. Podría ser Irán, como país que intenta acceder a tecnología
nuclear; China como primera economía del mundo; o Rusia como superpotencia
nuclear.
Hoy día vemos de nuevo intentos de fragmentar el mundo, trazar nuevas
líneas de división, establecer coaliciones no creadas "a favor de"
sino en "contra de" quien sea, crear de nuevo la imagen de un
enemigo, como se hizo durante la Guerra Fría, y conseguir el derecho al
liderazgo, o si lo prefieren, el derecho dictar condiciones. Así es como se
trataba la situación durante la época de la Guerra Fría, todos lo sabemos y
comprendemos. A sus aliados los Estados Unidos siempre les decían:
"tenemos un enemigo común, un rival terrible, es el centro del mal y los
estamos defendiendo de él. Por ello tenemos derecho a dirigirlos, obligarlos a
sacrificar sus intereses políticos y económicos y hacerlos pagar su cuotaparte
de los costos de esta defensa colectiva, pero naturalmente nosotros seremos
quienes estarán a cargo de todo eso." En una palabra, hoy en un mundo
nuevo y cambiante es otra vez evidente el intento de reproducir estos modelos
habituales de dirección y manejo global para garantizar la excepcional posición
de Estados Unidos y cosechar dividendos políticos y económicos.
Pero estos intentos están crecientemente divorciados de la realidad y en
contradicción con la diversidad del mundo e indefectiblemente crearán
enfrentamientos y reacciones de respuesta que finalmente tendrán el efecto
contrario al anhelado. Todos vemos lo que sucede cuando la política se mezcla
imprudentemente con la economía y la lógica de las decisiones racionales cede
su lugar a la lógica de la confrontación, que sólo perjudica a las propias
posiciones e intereses económicos, incluidos los intereses económicos del país.
Los proyectos económicos conjuntos y las inversiones mutuas acercan
objetivamente a los países, ayudan a suavizar los problemas actuales en las
relaciones entre los estados. Sin embargo hoy día la comunidad económica global
sufre una presión sin precedentes por parte de los gobiernos occidentales. ¿De
qué negocios, de qué pragmatismo y conveniencia económicas podemos hablar
cuando escuchamos slogans tales como "la patria está en peligro",
"el mundo libre está amenazado" y "la democracia está en
riesgo"? Ante esto, todos (en Occidente) necesitan movilizarse. Pero aquellos slogans son los que
constituyen una verdadera política de movilización.
Las sanciones están socavando las bases del comercio mundial, las normas de
la OMC y los principios de la inviolabilidad de la propiedad privada. Golpean fuertemente
al modelo liberal de globalización basado en los mercados, la libertad y la
competencia; un modelo, permítanme recordarlo, cuyos máximos beneficiarios han
sido precisamente los países occidentales. Ahora se arriesgan a perder la
confianza que gozaban como líderes de la globalización. Nos preguntamos, ¿era
necesario hacer esto? Después de todo el bienestar de los propios Estados
Unidos depende en gran medida de la confianza de los inversores, de los
poseedores extranjeros de dólares y bonos del Tesoro americano. Ahora la
confianza se está minando y señales de desilusión acerca de los frutos de la
globalización aparecen en muchos países.
El precedente de Chipre y la motivación política de las sanciones sólo
acentuaron las tendencias hacia el fortalecimiento la soberanía económica y
financiera de los países, o sus uniones regionales, para buscar los modos de
protegerse de los riesgos de las presiones externas. Así, cada vez más países
intentan salir de la dependencia del dólar y crean sistemas financieros y
contables alternativos y nuevas monedas de reserva. En mi opinión nuestros
amigos americanos simplemente están cortando la rama en la que están sentados.
No hay que mezclar la política con la economía, pero precisamente esto es lo
que está sucediendo ahora. Pensaba y sigo pensando que las sanciones motivadas
políticamente son un error que produce daño a todos, pero estoy seguro de que
más tarde hablaremos de esto.
Sabemos cómo se tomaron esas decisiones y quién ejerce la presión. Pero
permítanme llamar su atención sobre esto: Rusia no se doblegará antes las
sanciones, ni será lastimada por ellas ni la verán llegar a la puerta de
alguien para mendigar ayuda. Rusia es un país autosuficiente. Vamos a trabajar
dentro del ambiente económico internacional existente, desarrollar nuestra
producción y tecnología y actuar de forma decidida para realizar las
transformaciones que sean necesarias. La presión desde afuera, como ocurriera
en anteriores ocasiones, sólo tendrán como resultado consolidar nuestra sociedad,
mantenernos alertas y concentrados en nuestros principales objetivos de
desarrollo.
Las sanciones, por supuesto, son un estorbo. Con ellas intentan hacernos
daño, bloquear nuestro desarrollo, aislarnos política, económica y
culturalmente; es decir, condenarnos al atraso. Pero déjenme decirles
nuevamente que hoy el mundo es un lugar muy diferente. No tenemos la menor
intención de encerrarnos, eligiendo un camino de desarrollo cerrado que nos
lleve a vivir en una autarquía.
Siempre estamos dispuestos al diálogo, incluso para la normalización de las
relaciones económicas y políticas. Contamos para ello con las posturas y
comportamientos pragmáticos de las comunidades de negocios de los principales
países.
Hoy se oye afirmar que Rusia vuelve la espalda a Europa, seguramente se ha
oído en el transcurso de esta discusión, y que está buscando otros socios
comerciales, sobre todo en Asia. Quiero decir que esto no es así en absoluto.
Nuestra política activa en la región de Asia- Pacífico no ha comenzado ayer ni
como respuesta a las sanciones, sino que es una política iniciada hace muchos
años. Tal como muchos otros países, incluidos los occidentales, nosotros vemos
que Asia juega un papel cada vez mayor en el mundo, tanto en la economía como
en la política, y no podemos darnos el lujo de subestimar o ignorar estos
desarrollos.
Quiero recalcar de nuevo que todos lo hacen, y nosotros lo haremos, tanto
más cuando una parte significativa de nuestro territorio está en Asia. ¿Por qué
deberíamos abstenernos de utilizar nuestra ventaja competitiva en esta área?
Eso sería simplemente miopía, una grave falta de visión a largo plazo.
Desarrollar relaciones económicas con esos países y realizar proyectos
conjuntos de integración también crean grandes incentivos para nuestro
desarrollo interno. Las actuales tendencias demográficas, económicas, y
culturales nos dicen que la dependencia de una única superpotencia disminuirá
objetivamente. Esto es lo que los expertos europeos y norteamericanos han
estado hablando y escribiendo también ellos.
Probablemente los desarrollos en la política mundial reflejarán los mismos
hechos que estamos viendo en la economía global: una competencia fuerte en
nichos específicos y frecuentes cambios de líderes en áreas específicas. Esto
es enteramente posible.
Es indudable que los factores humanos: la educación, la ciencia, la
sanidad, la cultura jugarán un papel creciente en la competición global. Esto,
por su parte, impacta fuertemente sobre las relaciones internacionales, porque
la eficacia de este ‘soft
power’ (poder blando)
dependerá en gran medida de los logros reales en la formación del capital
humano más que en sofisticados trucos de propaganda.
Al mismo tiempo, la formación del llamado mundo policéntrico (también
quiero llamar la atención sobre esto, estimados colegas) en y por sí mismo no
mejora la estabilidad; de hecho, lo más probable es lo contrario. El objetivo
de lograr un equilibrio global se transforma en un complicado rompecabezas, en
una ecuación con muchas incógnitas.
¿Qué nos espera, por lo tanto, si elegimos no vivir por esas reglas - aun
cuando sabemos que podrían estrictas e inconvenientes- sino vivir sin ninguna
regla? Precisamente este escenario es enteramente posible; no lo podemos
descartar dadas las tensiones de la situación global. Se pueden hacer muchas
predicciones al observar las tendencias actuales, pero por desgracia aquellas
no son optimistas.
Si no creamos un sistema claro de obligaciones mutuas y de acuerdos, si no
construimos un mecanismo de manejo y resolución de las situaciones de crisis
los síntomas de anarquía global aumentarán inevitablemente.
Ya hoy en día vemos un rápido crecimiento de las posibilidades de una serie
de violentos conflictos con la participación directa o indirecta de las grandes
potencias. Y los factores de riesgo incluyen no solo las tradicionales
confrontaciones entre países sino también la inestabilidad interna de algunos
países, sobre todo de los situados en la intersección de los intereses
geopolíticos de las grandes potencias, o en la frontera de las grandes zonas
histórico- culturales, económicas y civilizatorias.
Ucrania, de la cual estoy seguro de que se ha discutido mucho y de la que
hablaremos aún más, es uno de los ejemplos de este tipo de conflictos que
afectan el balance mundial de fuerzas, y creo que está lejos de ser el último.
De ahí viene la siguiente amenaza real de destrucción del sistema de acuerdos
sobre limitación y control de armas. Y el comienzo de este proceso fie causado
por los Estados Unidos cuando en 2002 y de manera unilateral abandonó el
Tratado de Misiles Antibalísticos, y después comenzó, y hoy continúa
activamente, a crear su sistema misilístico de defensa global.
Estimados colegas, amigos: quiero llamar su atención sobre el hecho de que
no hemos sido nosotros quienes comenzaron este proceso.
Estamos volviendo a aquellos tiempos en que en lugar del equilibrio de
intereses y garantías mutuas era el miedo, el balance de autodestrucción, lo
que alejaba a las naciones del conflicto directo.
A falta de instrumentos legales y políticos las armas vuelven una vez más
al centro de la agenda global. Se utilizan donde conviene y como conviene, sin
ninguna sanción del Consejo de Seguridad de la ONU. Y si el Consejo de
Seguridad rechaza adoptar tales decisiones, inmediatamente se dice que es un
instrumento anticuado e inefectivo.
Muchos estados no ven otras garantías de su soberanía que crear sus propias
bombas. Esto es extremadamente peligroso. Somos partidarios de conversaciones
continuas, e insistimos en la necesidad de conversaciones para disminuir los
arsenales atómicos. Cuanto menos armamento atómico haya en el mundo, tanto
mejor. Y estamos dispuestos a las más serias y concretas conversaciones sobre
la cuestión del desarme atómico. Pero discusiones serias, sin dobles
estándares.
¿Qué quiero decir? Hoy día muchos tipos de armas de gran precisión son, por
su capacidad destructiva, casi armas de destrucción masiva.
Y en el caso de una renuncia plena al arsenal nuclear o disminución crítica
del mismo, el país que ostente el liderazgo en la creación y producción de
estos sistemas de alta precisión tendrá una clara ventaja militar. Se romperá
la paridad estratégica, lo cual muy probablemente tendrá un efecto
desestabilizador y aparecerá la tentación de usar el llamado "primer
ataque preventivo global". En una palabra, los riesgos no disminuirán,
sino que aumentarán.
La siguiente amenaza evidente es el aumento de los conflictos étnicos,
religiosos y sociales. Esos conflictos son peligrosos no solo por sí mismos,
sino también porque crean zonas de anarquía, de ausencia de toda ley y de caos,
donde se sienten a gusto los terroristas y los criminales, y florecen la
piratería y el tráfico de personas y drogas.
Por cierto, nuestros colegas en su momento intentaron dirigir estos
procesos, utilizar los conflictos regionales y construir "revoluciones de
colores" para satisfacer sus intereses, pero el genio se les escapó de la
botella. Parece que ni los padres de la "teoría del caos controlado"
saben qué hacer con el caos provocado y cunde la división y las dudas entre
ellos.
Seguimos muy de cerca las discusiones en las élites dirigentes y entre los
expertos. Basta con leer los titulares de la prensa occidental durante el
último año: la misma gente a la que llamaban luchadores por la democracia
después son caracterizados como islamistas; al principio hablaban de
revoluciones y después de tumultos y revueltas. El resultado es evidente: una
mayor expansión del caos global.
Estimados colegas: dada esta situación global es hora de comenzar por
acordar sobre ciertas cuestiones de principio. Esto es tremendamente importante
y necesario, y es mucho mejor que separarnos y regresar cada uno a su rincón.
Tanto más cuando nos enfrentamos a problemas comunes y estamos, como se dice,
en el mismo barco. El camino lógico para salir de esta situación es la
cooperación entre naciones y sociedades, buscando respuestas colectivas a los
múltiples desafíos y una gestión común en el manejo de los riesgos. Claro,
algunos de nuestros socios, por algún motivo, solo se acuerdan de esto cuando
conviene a sus intereses.
La experiencia práctica muestra que las respuestas conjuntas a los
problemas no son siempre una panacea; por supuesto, hay que reconocerlo. Además
en la mayoría de los casos son difíciles de
conseguir: no es fácil superar las diferencias en los intereses nacionales
y la subjetividad de los diferentes enfoques, sobre todo cuando se trata de
países con una tradición cultural e histórica diferente. Pero hay ejemplos que
demuestran que cuando hay objetivos comunes y actuamos en base a criterios
unificados podemos conjuntamente lograr éxitos reales.
Permítanme recordarles la solución del problema de las armas químicas en
Siria, el diálogo sustantivo sobre el programa nuclear iraní y nuestro trabajo
en la cuestión norcoreana, que también ha tenido algunos resultados positivos.
¿Por qué no utilizar toda esta experiencia tanto para la solución de problemas
locales como globales?
¿Cuál debería ser el fundamento legal, político y económico del nuevo orden
mundial que garantice la estabilidad y seguridad, que garantice la sana
competencia y no permita la formación de nuevos monopolios que bloqueen el
desarrollo? Es poco probable que alguien pueda ahora dar una respuesta ya
hecha, absolutamente exhaustiva, a esta cuestión. Se necesita un largo trabajo
con la participación de un amplio círculo de países, empresas globales,
sociedades civiles y de foros de expertos como el nuestro.
Sin embargo es evidente que el éxito y un resultado real solo será posible
si los participantes clave de la vida internacional pueden armonizar sus
intereses básicos, sobre la base de una lógica autolimitación, y dan un ejemplo
de liderazgo responsable y positivo.
Hay que definir claramente hasta dónde pueden llegar las acciones
unilaterales y dónde y cuándo deben aplicarse mecanismos multilaterales. Y para
mejorar la efectividad del derecho internacional debemos resolver el dilema
entre las acciones de la comunidad internacional para garantizar la seguridad y
los derechos humanos y el principio de la soberanía nacional y la no injerencia
en los asuntos internos de los países.
Ese tipo de colisiones llevan cada vez más a menudo a la injerencia
extranjera arbitraria en procesos internos muy complicados, y una vez tras otra
provocan peligrosos conflictos entre los principales actores mundiales. El
mantenimiento de la soberanía es un elemento supremamente importante para el
mantenimiento y reforzamiento de la estabilidad mundial.
Está claro que la discusión sobre los criterios de utilización de la fuerza
externa es muy complicada; es casi imposible separarla de los intereses de los
diferentes países. Sin embargo es bastante más peligrosa la falta de acuerdos
comprensibles por todos, cuando no se establecen claramente las condiciones
para que la injerencia sea necesaria y legal.
Añado a lo anterior que las relaciones internacionales deben construirse
sobre el derecho internacional, en cuya base deben estar principios morales
tales como la justicia, la igualdad y la verdad.
Quizás lo más importante sea el respeto al socio y sus intereses. Es una
fórmula obvia, pero que si se sigue puede cambiar de raíz la situación en el
mundo.
Estoy seguro de que si existe voluntad podemos restablecer la efectividad
del sistema de instituciones internacionales y regionales. No es necesario ni
siquiera construir algo nuevo desde cero, esto no es un "greenfield",
un terreno virgen, tanto más cuando las instituciones creadas tras la Segunda
Guerra Mundial son universales y pueden ser llenadas con contenidos modernos,
adecuados para manejar la situación actual.
Esto es verdad en relación al mejoramiento del trabajo de la ONU, cuyo
papel central es insustituible. Y de la OSCE, el Organismo para la Seguridad y
la Cooperación Europeas, que a lo largo de 40 años ha probado ser un mecanismo
para garantizar la seguridad y la cooperación en la zona euroatlántica. Hay que
decir que ahora mismo, en la solución de la crisis en el sureste de Ucrania, la
OSCE juega un papel muy positivo.
A la luz de los cambios fundamentales en el ambiente internacional, la
creciente ingobernabilidad y las diferentes amenazas nos obligan a forjar un
nuevo consenso entre las fuerzas responsables. No se trata de cualquier acuerdo
local, o de una separación de esferas de influencia al estilo de la diplomacia
clásica, o de la dominación completa y global de algún actor. Creo que se
necesita una nueva versión de la interdependencia. No hay que tenerle miedo. Al
contrario, es un buen instrumento para armonizar posiciones.
Esto es particularmente relevante si se toma en cuenta el fortalecimiento y
crecimiento de determinadas regiones del planeta, lo que comporta la exigencia
objetiva de institucionalizar la existencia de dichos polos creando potentes
organizaciones regionales y elaborando normas para su interacción. La
cooperación entre estos centros otorgaría una fuerza considerable a la
seguridad mundial, a la política y la economía. Pero para conseguir éxito en
tal diálogo hay que partir del supuesto de que todos los centros regionales y
los proyectos de integración nacidos a su alrededor deben tener idéntico
derecho a desarrollarse, de modo tal que puedan complementarse mutuamente y
nadie pueda forzarlos a incurrir en conflictos u oposiciones artificiales.
Acciones destructivas de este tipo romperían las relaciones entre estados, y
ellos mismos atravesarían por situaciones muy difíciles, incluso llegando hasta
su propia destrucción.
Quisiera recordarles los sucesos del año pasado. Entonces les dijimos a
nuestros socios, tanto a los americanos como a los europeos, que decisiones
apresuradas y a escondidas sobre, por ejemplo, la asociación de Ucrania a la
Unión Europea, comportaban grandes riesgos. No dijimos nada sobre política,
hablábamos solo de economía y decíamos que tales pasos, realizados sin ningún
acuerdo previo, afectaba los intereses de muchas otras naciones, incluyendo a
Rusia como el principal socio comercial de Ucrania, y que una amplia discusión
sobre estos temas era necesaria. Por cierto, les recuerdo en relación con esto
que el ingreso de Rusia, por ejemplo, a la OMC demandó 19 años. Esto supuso un
duro trabajo, pero se consiguió un consenso.
¿Por qué traigo este tema a colación? Porque en la implementación del
proyecto de asociación con Ucrania nuestros socios vendrán hacia nosotros
ingresando sus bienes y servicios por una puerta trasera, para decirlo de algún
modo, y nosotros no estamos de acuerdo con esto y nadie nos preguntó que
opinábamos sobre esto. Tuvimos discusiones sobre todos los temas relacionados a
la asociación de Ucrania con la UE, pero quiero recalcar que eso tuvo lugar de
una manera totalmente civilizada, indicando los problemas posibles, mostrando
argumentos y razones. Nadie quiso escucharnos ni hablar con nosotros,
simplemente nos decían: "esto no es asunto vuestro; punto; fin de la
discusión."
En lugar de un diálogo amplio y comprehensivo, pero, subrayo, civilizado,
la controversia tomó otro rumbo y desembocó en un golpe de estado, llevaron al
país al caos y el colapso económico y social y provocaron una guerra civil con
muchísimas víctimas.
¿Por qué? Cuando pregunto a mis colegas por qué, no hay respuesta.
Nadie responde nada, es así, punto. Todos quedan sin respuesta, o dicen que
eso fue lo que sucedió. Pero si no se hubieran alentado tales acciones y
actitudes y las cosas no habrían ocurrido como ocurrieron. Después de todo (ya
hablé de esto) el anterior presidente de Ucrania Viktor Yanukóvich había
firmado y aceptado todo. ¿Para qué hubo que hacer todo esto, qué sentido tuvo?
¿Es esta una forma civilizada de resolver las cuestiones? Parece que aquellos
que organizan más y más "revoluciones de colores" se consideran a sí
mismos unos "artistas geniales" y no pueden parar.
Estoy seguro de que el trabajo de asociaciones de integración, las
estructuras de cooperación regional deberán construirse sobre una base clara y
transparente. Un buen ejemplo de ello es el proceso de formación de la Unión
Económica Euroasiática. Los estados miembros de este proyecto informaron
previamente a sus socios de sus intenciones, de los parámetros de nuestra unión
y de los principios de su funcionamiento, que estaban totalmente de acuerdo con
las normas de la Organización Mundial de Comercio.
Añado que también dimos la bienvenida al comienzo del diálogo entre las
uniones europea y euroasiática. Por cierto en esto también nos han rechazado
casi siempre, tampoco se entiende por qué: ¿qué es lo que temen? Y claro, en
este trabajo conjunto consideramos que es necesario el diálogo (he hablado de
ello muchas veces y he oído a muchos de nuestros socios occidentales) aceptar
la necesidad de la formación de un espacio único económico y de cooperación
humanitaria que se extienda desde el Atlántico al Pacífico.
Estimados colegas: Rusia ha hecho su elección. Nuestras prioridades son el
perfeccionamiento de las instituciones democráticas y de economía abierta, un
desarrollo interno acelerado con todas las tendencias positivas actuales en el
mundo y la consolidación de la sociedad en base a los valores tradicionales y
el patriotismo.
Tenemos una hoja de ruta pacífica, positiva, de integración.
Trabajamos activamente con nuestros colegas en la Unión Económica
Euroasiática, la Organización de Cooperación de Shanghai, los BRICS y otros
socios. Esta agenda está dirigida al desarrollo de las relaciones entre países,
y no a su separación. No queremos crear ningún bloque o vernos involucrados en
un intercambio de golpes.
No tienen ninguna base quienes aseguran que Rusia trata de establecer algún
tipo de imperio, violando la soberanía de sus vecinos. Tal acusación carece de
fundamento. Rusia no necesita ningún lugar especial, exclusivo, en el mundo,
quiero recalcarlo. Respetando los intereses de otros, simplemente queremos que
se tengan en cuenta nuestros intereses y se respete nuestra posición.
Todos sabemos que el mundo ha entrado en una época de cambios y
transformaciones globales, y todos necesitan tener cuidado y evitar dar pasos
sin reflexionar. En los años posteriores a la Guerra Fría los participantes en
la política mundial han perdido un poco esas cualidades. Ahora hay que
acordarse de ellas. En caso contrario las esperanzas de un desarrollo pacífico
y estable son una peligrosa ilusión, y las actuales conmociones serán un
preludio del colapso del orden mundial.
Si, por
supuesto que ya les he hablado de esto: la construcción de un orden mundial más
estable es una tarea complicada, se trata de un trabajo largo y difícil. Fuimos
capaces de crear unas reglas de interacción tras la Segunda Guerra Mundial, y
pudimos llegar a un acuerdo en los años 70 en Helsinki. Nuestra obligación
común es encontrar una solución a esta tarea fundamental en esta nueva etapa de
desarrollo.
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