Oportuno este tiempo de definiciones ideológicas, de campaña admirable y de escenarios desestabilizadores que apuntan hacia el 2012, para quitarle las máscaras a esa partida de contra-revolucionarios que no quieren nada con el pueblo. A todos esos escuálidos vestidos de rojo les tiene que llegar el momento de rendirle cuenta al pueblo, de someterse al juicio popular. Pero, ¿cómo los identificamos? ¿Cómo los diferenciamos? Muy fácil. Antes que nada comprobemos las raíces políticas de ese individuo. Cuál ha sido su pasado más reciente. Si viene de la IV República y se pasó al chavismo, y ahora pregona el amor a la Revolución cuando antes condenaba el 4F, tendremos que someterlo al examen del espíritu revolucionario. Pero también hay que someter al mismo examen a quienes se autoproclaman revolucionarios de siempre. En ambos casos, hay que evaluar su gestión partiendo de los rasgos que caracterizan a la contra-revolución para saber si realmente su sangre es revolucionaria.
La contra-revolución es la gestión archienemiga de la revolución. Son polos opuestos, antagónicos, contrarios. Se repelen. El método de la contra-revolución se basa en la acción cupular, sostenedora de la estructura establecida por la democracia representativa. El agente de la contra-revolución no se detiene a aplicar los mandatos constitucionales para transferirle el poder al pueblo. Por el contrario, y como una justificación a su manipulado apego a las normas que busca implantar la V República, ejecuta arreglos débiles a la legislación reformista para que no cambie nada. Su objetivo es usufructuar el poder y así acaparar beneficios para sí mismo y para los suyos, dejando solo migajas, lo residual, lo insignificante, para el colectivo.
El agente contra-revolucionario es portador de la cultura neoliberal capitalista. Consciente o inconscientemente asume la racionalidad del capital, basado en leyes de la acumulación y el beneficio, como la base de su gestión. Se acopla a la cultura social que engendran esas leyes, las cuales no buscan cambiar la estructura sino mantenerla. Por eso la acción de mando es solo reforma, reparos inocuos, y no cambio estructural. Por lo tanto, la acción reformista que emprende es generadora de alienación. Busca mantener la estructura heredada del puntofijismo, contribuyendo a que el colectivo pierda su conciencia crítica. Que no sepa que el poder es del pueblo, porque se vería obligado a entregarle el mando. Contrariamente a la leyes revolucionarias, el contra-revolucionario engendra el clientelismo para que el pueblo no se ilustre, no cultive su capacidad de análisis creativo, sino que mantenga su nivel de pasividad y tolerancia. Que se conforme con los bienes materiales que se le dan, por la vía del clientelismo, para satisfacer sus necesidades mínimas; pero, nunca capacitarlo para que asuma la dirección de la sociedad.
Para el agente contra-revolucionario, el pueblo no es un fin sino un medio. Su objetivo es satisfacer sus propias expectativas de poder y alcanzar riquezas individuales, haciendo uso del pueblo. No es su meta crear nuevas leyes que eliminen el clientelismo, ni fomenten la transferencia del poder al pueblo, ni que el gobierno sea instrumento de ese pueblo. El contra-revolucionario es reformista. No le da cuentas a la comunidad. No apoya las elecciones de base para elegir a los miembros de las instancias de dirección del partido u organizaciones comunitarias. El contra-revolucionario no entiende que ya es hora de que los partidos políticos cambien su estructura y bajen a las asambleas populares para escoger a sus autoridades. El contra-revolucionario no quiere trabajar por el cambio radical del Estado. No quiere que el pueblo sea quien tenga el poder. El contra-revolucionario es un oportunista. Defiende al Presidente por conveniencia pero cuando las circunstancias determinen otra situación le da una puñalada por la espalda. No sigue su prédica de fomentar el poder popular, ni atender a los excluidos y desposeídos. Muchos de los que están en el mando del aparato burocrático del Estado son contra-revolucionarios.
Por todo esto, después de reflexionar al respecto y sacar sus propias conclusiones, el pueblo tiene que anotar los nombres de esos contra-revolucionarios. Tenerlos en la mira para que en la primera coyuntura donde el pueblo logre obtener una cuota significativa de poder les exija rendición de cuentas.
Muy pronto, en el primer trimestre del 2011, la militancia del PSUV (por ejemplo) va a tener la oportunidad de ejercer el postulado del poder popular al darse el proceso de elecciones para la nueva dirección nacional. Esta es una coyuntura muy precisa donde se demostrará que tanta capacidad de autodeterminación tiene ese colectivo. Si va a imponer la racionalidad revolucionaria o si sigue en la onda del letargo del dedo.
Esto es parte de la lucha y un momento único para quitar máscaras y elevar la condición revolucionaria del PSUV y del Proceso Bolivariano.
jueves, 16 de diciembre de 2010
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