Por casualidades de la cotidianidad vi en la estantería de una sala de espera de un centro odontológico a la diputada electa María Corina Machado en la portada de una revista “fashion” de los sectores burgueses de la sociedad caraqueña. Hojee sus páginas interiores y allí estaba ella, toda una dama modelando los signos exteriores de su estilo de vida. Inmediatamente la relacioné con las transmisiones del canal Fashion TV, canal por satélite dedicado a la lujuria del exclusivo mundo de la moda.
Fashion TV sirve para mostrar la cara hermosa de una de las industrias más lucrativas del mundo de hoy. Quien busque un momento de recreación y se tope con este canal se detiene de manera inmediata. Lo hace mas por las protagonistas y su entorno que por la frivolidad que generan las relaciones del ambiente. Allí se pueden ver a las modelos más cotizadas de América y Europa. Unas hembras que paralizan la vida. Son la expresión más elevada de la belleza perfecta. Además, sus sensuales cuerpos casi al desnudo, transmiten un erotismo extremo que derrite de pasión al ser más insensible del género masculino. Hermosos rostros que se unen a la cadencia rítmica de sus cuerpos, dejando ver los atributos que le ha dado la vida. Qué deleite. Se eleva la emoción del televidente, al adornarse la pantalla con los escenarios naturales o milimétricamente calculados para ofrecer un show inagotable.
Ciudades como New York, Londres, París, Buenos Aires, México, Punta del Este, sirven de sede para desarrollar los eventos que produce la industria: desfiles, entrevistas a las exquisitas modelos, vestidos, bikinis, adornos para hacer más linda y deseada a la mujer de hoy, ropa interior fina y sedosa, hoteles de primera con escenarios de mar, playa, cascadas, ambientes todos inmersos en una gama de colores indescriptibles. Fantasía y realidad. Todo se mezcla para crear un mundo particular. Percibido y asimilado por un segmento de la humanidad que no padece de miseria. Es un mundo circunscrito a una forma de ver la vida diametralmente opuesta, al de quienes coexisten en la extrema pobreza. Ellos los creadores, productores, consumidores de la trivialidad de la moda, como los que viven de las realidades del mundo norte, no tienen que luchar para subsistir. Ellos están en otra dimensión humana. Sus problemas cotidianos no se parecen en nada al de millones de millones de personas que sobreviven con menos de US$ 1,00 diario. Ese mundo, quizá el perfecto, por los niveles de felicidad que produce, tales como la diversión, la belleza, el disfrute del goce espiritual, la recreación en ambientes esplendorosos, todo eso podría representar un estadio a alcanzar. Ese podría ser una meta: existir en el mundo que derroche felicidad.
No obstante, para los otros seres, los del mundo sur, la imagen de Fashion TV seguirá siendo una ilusión lejana a muchos años luz. El 85% de sus pobladores tiene que bregar muy duro para que alguna vez se pueda anclar en el derroche de esa felicidad. Muchos todavía viven en condiciones infrahumana de inicios del siglo XX. En Venezuela, los cerros de Caracas, las zonas pobres de la regiones del interior, como por ejemplo, Onoto en Anzoátegui, Araya en Sucre, Jusepín en Monagas, Mariara en Carabobo, Tucupita en Delta Amacuro, Guama en Yaracuy, pueblos que no tienen nada que ver con ese mundo ideal de las “top models”. Realidades desiguales, que generan modos de vidas diferentes. Conceptos existenciales radicalmente opuestos. Necesidades vitales totalmente diferentes. Por lo tanto, aunque todos somos humanos y nos merecemos el disfrute de la igualdad de oportunidades, no tenemos la posibilidad de vivir como ellos. Por eso, el mundo norte no alcanza a comprendernos. Sus pensadores se equivocan al evaluar al mundo sur desde su propia marco de referencia. No terminan de entender que los asuntos vitales de la pobreza, no se parecen en nada al de la vanidad y el derroche. Mientras se perpetúe la desigualdad habrá injusticia social. Y ésta, continuará su ruta de procrear guerras y confrontaciones ideológicas, territoriales y religiosas.
El mundo fashion, el que representa María Corina y que defenderá desde su curul en la Asamblea Nacional, éste que describo y tomo como ejemplo de la desigualdad en el mundo de hoy, es parte de los símbolos de la injusticia social y de lo que genera la búsqueda revolucionaria por la emancipación continental y la multitudinaria manifestación contra la globalización mundial.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
¿Eres tú revolucionario?
A propósito de la Campaña Admirable, se hace necesario reiterar conceptos teóricos para precisar la consistencia ideológica de la militancia revolucionaria y, principalmente, de la nueva cohorte de diputados a la Asamblea Nacional.
Repasemos la lección fundamental. La revolución es cambio de estructura. El modelo político del proceso bolivariano es revolucionario. El cambio de estructura significa la creación de un nuevo sistema político (transformación radical del Estado, aparato productivo y relaciones de poder). La estructura es la dimensión del funcionamiento de la sociedad, donde se dan las relaciones de los factores genéticos que producen los actos visibles (hechos observables). La estructura es la génesis de los fenómenos. Una revolución actúa sobre la estructura. Mientras que su opuesto, la reforma –-o reacción-- opera solamente a nivel de los fenómenos (lo visible y verificable). La reforma no transforma la estructura. Reforma es contrario a revolución. El modelo político de la democracia representativa es reforma. No busca el cambio del sistema político. La revolución se dirige a crear un nuevo sistema de relaciones que establezca una nueva institucionalidad, una nueva sociedad y un nuevo hombre. La democracia representativa se fundamenta en la representación del pueblo. Por el contrario, una revolución no tiene representantes solo voceros. En la revolución las decisiones la toma directamente el pueblo, no los representantes. En Venezuela, la representación devino es cúpulas que se apropiaron del poder y se aislaron del pueblo.
El Estado de la democracia representativa no es revolucionario. Ha sido concebido para satisfacer objetivos de las cúpulas reformistas. Todo el aparato burocrático del Estado de la democracia representativa –-gobernaciones, alcaldías, concejos municipales y demás unidades políticas-- es reformista. Su acción está destinada a los reparos inocuos, pero sin tocar la base de sustento (estructura). El Estado reformista impuso una cultura política basada en el funcionamiento clientelar. El Estado reformista, aunque existe la Constitución Bolivariana de 1999, está vigente todavía. En pleno surgimiento del modelo bolivariano, el Estado reformista es el órgano que regula al colectivo nacional. Contradicción que produce la etapa actual de la transición hacia, valga decir, la consolidación de la revolución.
La revolución para que pueda alcanzar su propio camino tiene que operar a nivel de la estructura de la democracia representativa. Tiene que cambiar y erradicar el Estado vigente. Tiene que sustituir todas estas unidades políticas burocráticas –-gobernaciones, alcaldías, concejos municipales y demás unidades que dominan al pueblo--. En la revolución, las organizaciones del pueblo tienen que reemplazar al aparato burocrático. Los gestores del Estado (burócratas) no serán quienes decidan. Serán solamente instrumentos del pueblo. El poder de las decisiones recaerá sobre el pueblo. El pueblo concebirá la nueva organización del Estado. El pueblo, además de las expresiones de participación instituidas en la Constitución del 99, tiene que inventar otras formas de organización y de decisión para la conducción de su propio destino y avance de la revolución. La esencia de la revolución se sustenta en el poder creativo del pueblo.
La democracia representativa tiene todavía un espacio muy significativo en la realidad venezolana. A la cultura reformista se han asimilado muchos “revolucionarios” (al respecto, un significativo contingente de organizaciones de base, comunitarias y colectivos populares tiene mucho que decir sobre ese batallón de contra-revolucionarios asimilados al Proceso). La debilidad ideológica altera la intención de profundizar un proceso. La ausencia de valores, creencias y principios sustentados en la espiritualidad del ser humano, limita el avance de la revolución venezolana. La debilidad ideológica obliga a tomar caminos sinuosos. Retarda el cumplimiento de las fases y etapas del proceso. La garantía de esta revolución autóctona es la ideología. Esto es el estímulo a las fuerzas interiores del ser para no dejarse seducir por la fascinación del poder reformista; es decir, el poder empleado para sacar fruto, provecho o utilidad a favor individual en perjuicio del colectivo. Postura vigente que sirve para comprobar el apego al orden material de las cosas, por parte de los contra-revolucionarios.
Por eso es que la ideología se convierte en la palanca para contener a la contra-revolución (propia, adversa nacional y opositora internacional) y catapultar el avance de la revolución. Es el canal para crear el poder popular. He ahí el reto de los revolucionarios: construir las vías de la revolución (conciencia) o claudicar ante la ambición del poder. Este es el reto y desafío que nos ha tendido la historia. Esta es la tarea de destino generacional de todos los que se consideran revolucionarios radicales; porque, no solo es el gobierno el que construye el camino y le da viabilidad a la revolución, sino cada uno de nosotros que creemos y luchamos por este Proceso desde cualquier espacio y ámbito de competencia.
Repasemos la lección fundamental. La revolución es cambio de estructura. El modelo político del proceso bolivariano es revolucionario. El cambio de estructura significa la creación de un nuevo sistema político (transformación radical del Estado, aparato productivo y relaciones de poder). La estructura es la dimensión del funcionamiento de la sociedad, donde se dan las relaciones de los factores genéticos que producen los actos visibles (hechos observables). La estructura es la génesis de los fenómenos. Una revolución actúa sobre la estructura. Mientras que su opuesto, la reforma –-o reacción-- opera solamente a nivel de los fenómenos (lo visible y verificable). La reforma no transforma la estructura. Reforma es contrario a revolución. El modelo político de la democracia representativa es reforma. No busca el cambio del sistema político. La revolución se dirige a crear un nuevo sistema de relaciones que establezca una nueva institucionalidad, una nueva sociedad y un nuevo hombre. La democracia representativa se fundamenta en la representación del pueblo. Por el contrario, una revolución no tiene representantes solo voceros. En la revolución las decisiones la toma directamente el pueblo, no los representantes. En Venezuela, la representación devino es cúpulas que se apropiaron del poder y se aislaron del pueblo.
El Estado de la democracia representativa no es revolucionario. Ha sido concebido para satisfacer objetivos de las cúpulas reformistas. Todo el aparato burocrático del Estado de la democracia representativa –-gobernaciones, alcaldías, concejos municipales y demás unidades políticas-- es reformista. Su acción está destinada a los reparos inocuos, pero sin tocar la base de sustento (estructura). El Estado reformista impuso una cultura política basada en el funcionamiento clientelar. El Estado reformista, aunque existe la Constitución Bolivariana de 1999, está vigente todavía. En pleno surgimiento del modelo bolivariano, el Estado reformista es el órgano que regula al colectivo nacional. Contradicción que produce la etapa actual de la transición hacia, valga decir, la consolidación de la revolución.
La revolución para que pueda alcanzar su propio camino tiene que operar a nivel de la estructura de la democracia representativa. Tiene que cambiar y erradicar el Estado vigente. Tiene que sustituir todas estas unidades políticas burocráticas –-gobernaciones, alcaldías, concejos municipales y demás unidades que dominan al pueblo--. En la revolución, las organizaciones del pueblo tienen que reemplazar al aparato burocrático. Los gestores del Estado (burócratas) no serán quienes decidan. Serán solamente instrumentos del pueblo. El poder de las decisiones recaerá sobre el pueblo. El pueblo concebirá la nueva organización del Estado. El pueblo, además de las expresiones de participación instituidas en la Constitución del 99, tiene que inventar otras formas de organización y de decisión para la conducción de su propio destino y avance de la revolución. La esencia de la revolución se sustenta en el poder creativo del pueblo.
La democracia representativa tiene todavía un espacio muy significativo en la realidad venezolana. A la cultura reformista se han asimilado muchos “revolucionarios” (al respecto, un significativo contingente de organizaciones de base, comunitarias y colectivos populares tiene mucho que decir sobre ese batallón de contra-revolucionarios asimilados al Proceso). La debilidad ideológica altera la intención de profundizar un proceso. La ausencia de valores, creencias y principios sustentados en la espiritualidad del ser humano, limita el avance de la revolución venezolana. La debilidad ideológica obliga a tomar caminos sinuosos. Retarda el cumplimiento de las fases y etapas del proceso. La garantía de esta revolución autóctona es la ideología. Esto es el estímulo a las fuerzas interiores del ser para no dejarse seducir por la fascinación del poder reformista; es decir, el poder empleado para sacar fruto, provecho o utilidad a favor individual en perjuicio del colectivo. Postura vigente que sirve para comprobar el apego al orden material de las cosas, por parte de los contra-revolucionarios.
Por eso es que la ideología se convierte en la palanca para contener a la contra-revolución (propia, adversa nacional y opositora internacional) y catapultar el avance de la revolución. Es el canal para crear el poder popular. He ahí el reto de los revolucionarios: construir las vías de la revolución (conciencia) o claudicar ante la ambición del poder. Este es el reto y desafío que nos ha tendido la historia. Esta es la tarea de destino generacional de todos los que se consideran revolucionarios radicales; porque, no solo es el gobierno el que construye el camino y le da viabilidad a la revolución, sino cada uno de nosotros que creemos y luchamos por este Proceso desde cualquier espacio y ámbito de competencia.
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